La Virgen de la Paz en su paso, preparada para la salida extraordinaria del sábado 13 de septiembre de 2014. Foto: M.J. Rechi |
Cuando este atípico verano, poco a poco, se despide
del caudaloso discurrir del calendario; cuando las lluvias anuncian que, en
breve, las hojas volverán a desprenderse de los árboles para dejar sus ramas
desnudas y revestir el suelo del marrón propio del otoño; cuando el sol va
ocultándose cada vez más temprano para ir acortando las tardes; cuando todo
ello está ocurriendo una vez más, parece que el tiempo nos engaña o nos
confunde, porque nos huele a una primavera que está a punto de reventar en ese
azahar que tímido abre en los naranjos del Parque de María Luisa la belleza de
sus pétalos diminutos y blancos, blancura de la pureza que desprenden, blancura
de esa Paz que inunda el Domingo de Ramos.
La
ciudad está tomándole de nuevo el pulso a la rutina, y mientras los niños van
regresando a los colegios, por Valparaíso, Felipe II, Montevideo, Exposición,
Río de la Plata, Diego de la Barrera o San Salvador se presiente que algo
especial va a ocurrir, porque en San Sebastián aguarda aquella Reina que es
Flor entre las flores el instante exacto en el que convierta el inicio del
curso en el arranque de una fugaz y soñada Semana Santa. El 13 de septiembre
tendrá aromas de incienso por las calles de El Porvenir, mientras la silueta
del palio más limpio y transparente se recortará en las fachadas de las
señoriales casas del barrio.
Cumple
75 años, que se dice pronto, pero no los aparenta. No, porque Antonio Illanes
supo darle el toque preciso a la venustez inmarcesible de ese rostro que
transmite todo lo que Ella, la Madre de Dios, lleva guardado en lo más profundo
de su advocación. Sólo tres letras para invocarla en estos tres cuartos de
siglo: Paz. Y ya lo decía el poeta Antonio Murciano, “Tres letras son y están en la esperanza”, porque esta Virgen que
porta grácilmente su ramita de olivo plateada en su mano izquierda es
precisamente auténtica heraldo de esperanza, porque con Ella soñamos cada día y
cada noche, y la anhelamos eternamente. Nos hace falta. Es indispensable para nuestra sociedad. Que
nunca nos falte su Paz, la misma que Dios nos dejó, aquella que Dios nos sigue
dando.
Dicen
que celebra sus bodas de diamante, pero no nos equivoquemos, pues no existe
piedra más preciosa que esta joya que resplandece por sí sola. Como brillará en
la soleada tarde septembrina en la que se encaminará a la Plaza de América, y
entre el revuelo de mil palomas Ella siga proclamando su mensaje de Paz.
Fenece
el verano, casi está brotando el otoño, y sin embargo, aunque sea septiembre,
parece que es el invierno el que se marcha para que sea la primavera quien tome
posesión del tiempo, aquella que nunca muere en la pulcra y sencilla mirada de
la Reina de El Porvenir.