Pregón "De la Campana a la Feria"

Sábado 21 de abril de 2012
Caseta "De la Campana a la Feria"
Pascual Márquez nº 199

Juan Manuel Labrador pronunciando el pregón en presencia del presidente de la caseta,
Antonio J. Dubé de Luque, y del tesorero de la misma, Antonio Muñoz Castro.


I. De la Campana a la Feria

Envuelve la noche al cielo cuando acaba de pasar, por delante de nuestras sillas, la Soledad al pie de una cruz vacía, cruz de la que pende un sudario y en la que ya solamente se apoyan dos escaleras… El Delegado del Sábado Santo de la Junta Superior del Consejo General de Hermandades y Cofradías acaba de anotar la hora en la que el fiscal de paso se ha acercado al palquillo de la plaza de la Campana, deteniendo delante de éste las andas procesionales de la Señora de San Lorenzo, cuyo compungido pero resignado y suave rostro es iluminado por la perfecta llamarada de su poderosa candelería.

Como diría Carlos Colón, “Una pena no adulta nos invade al atravesar la ciudad de vuelta a casa, pisando cera sobre la que ya no caerá otra cera. Y nos desborda cuando llegamos y vemos los programas de cada día, doblados y gastados (…)”. Este cofrade que les habla apura su Semana Santa al máximo, por eso, aunque ésta la cierre en la carrera oficial la dolorosa más antigua que sale a las calles en los días sacros, trata de no perder nunca la Esperanza, y con Ella va cuando se inicia la madrugada del tiempo pascual hasta esa basílica donde sentirá, además, que esa Esperanza es un signo auténtico y certero del Auxilio de María… Y cuando repican las dos en la alta torre que en siglos pasados contemplaba de cerca la derruida Puerta del Sol, sabe que Cristo resucita en nuestros sentimientos más profundos.

Al llegar las siete y media de la recién estrenada mañana de domingo, las sillas de la Campana estarán ya apiladas unas encima de otras, tan sólo permanece el palquillo del Consejo, y la nostalgia, al fin, comienza a invadirnos cuando vemos que la Aurora amanece con su sonrisa sobre nuestras almas cansadas de toda una semana de emociones y de pasiones.

Volvemos a nuestra rutina cotidiana, y los abonados de la Campana, o de la Avenida, o de los Palcos, o de Sierpes –que es mi caso– somos conscientes de que, otra vez, hasta el año que viene, nuestros vecinos serán los de la casa de al lado o de enfrente, y no los que se sientan con nosotros en las sillas, con los que durante siete largos días se comparten tertulias, cafés, pastelitos, cascos para escuchar las retransmisiones radiofónicas, bocadillos o incluso alguna cerveza cuando se hace una escapada, entre paso y paso, al bar más cercano a la zona del abono.

Sin embargo hay en Sevilla un grupo de cofrades que fueron conscientes de que su Semana Santa particular podía dar, no obstante, la chicotá más larga que jamás se haya producido antes, casi como si fuese una zancada del Señor del Gran Poder, y quitan de las manos de sus hijos las bolas de cera para darles los farolillos con los que habrán de engalanar una caseta ubicada en la calle Pascual Márquez, dentro del recinto ferial.

Pasó la Semana Santa,
y brillando como un ascua
ha regresado la pascua,
que así Sevilla lo canta
al brotar de su garganta
la sevillana sonora
con la que ya conmemora
que acabaron las saetas,
renaciendo en las casetas
esa vida soñadora.

“De la Campana a la Feria”
sólo median dos semanas,
y aún nos quedan más ganas,
en espíritu y materia,
de sentir por cada arteria
las pasiones y alegrías
que desbordan nuestros días
con el mayor alborozo,
porque siempre será un gozo
el hablar de cofradías.

II. Inicio de la víspera más larga en el real

Sr. Presidente de la Peña “De la Campana a la Feria”,
Sres. Miembros de su Junta Directiva,
Sres. Socios de esta caseta,
feriantes todos que no dejáis nunca de ser cofrades,
señoras y señores.

Caminamos por las calles de la antigua y vetusta urbe, y parece que aún no queremos despertar del sueño en el que se sumerge cada primavera esta ciudad encantada por la gracia. Vamos paseando por ella y somos incapaces de no mirar al suelo para buscar las marcas que la cera ardiente de los nazarenos dejó para guiar nuestra ilusión al puerto donde resplandece la luz propia del faro de la Esperanza.

Entramos en los templos, y en muchos vemos los pasos agotados, con sus flores rendidas, los guardabrisas manchados, las velas rizadas quemadas, los ángeles dormidos y con sus alas plegadas, los varales asfixiados, los faroles con su luz ya ahogada, el llamador ronco… y hasta nos da la sensación de que nuestras imágenes todavía no han descansado después de la estación de penitencia. En otras iglesias, quizás, haya pasos que se hallen medio desmontados y sus titulares se ubican de nuevo en sus altares de culto diario. Pero en otras nos invadirá hasta tal extremo la tristeza que accedes a ellas y parece que la Semana Santa ni tan siquiera ha existido. Así es el cofrade, un ser que vive en esa víspera constante que dura doce meses…

Sin embargo, y a pesar de todo ello, se siente un ambiente distinto, como si soplase otro tipo de brisa que acaricie nuestros sentires. Suenan clarines y ovaciones que agitan las aguas del Guadalquivir desde la Maestranza, allá donde el Faraón de Camas detiene el tiempo con su inmortalidad, porque sabe que a las espaldas del coso duerme Cristo al reposar eternamente sobre el regazo de la Piedad del Baratillo. Y sí, es verdad, somos tan intensos que procuramos entrar en la capilla de la calle Adriano antes de acudir a la corrida de la tarde, no vaya a ser que cuando culmine el festejo ya esté cerrada y no podamos comprobar si sus pasos siguen aún montados, anhelando ser recibidos por la Virgen de la Caridad en su palio. Somos así, tal como somos… Y así nos entendió el querido y recordado padre Javierre cuando empezó a querer a Sevilla porque aprendió a amarla.

En estos días volveremos a ver la tradicional viñeta de Calderón en las páginas de ABC, y el ingenio de su pluma reflejará, cual acostumbrada rutina, al sevillano que se despoja de su túnica nazarena, dejándola colgada en la percha, mientras termina de ajustarse la chaquetilla del traje de corto a la par que ya luce sobre su cabeza el sombrero de ala ancha.

Ha llegado la hora, y tras la Semana Santa nos vamos a la Feria, para así reencontrarnos con el tiempo cabal de esa alegría que tanto nos invade, alegría por sentirnos y sabernos sevillanos, el mejor regalo que nos hizo Dios; alegría por gritarle al mundo nuestra manera de vivir cantando y bailando por sevillanas; alegría porque Cristo ha resucitado y la Esperanza sigue marcando el pulso nuestras horas.

“De la Campana a la Feria”,
vamos todos al real,
porque junto a Los Remedios
toda Sevilla estará,
en ese espacio concreto
donde el tiempo pasará
sin que las horas nos pesen,
pues la vida brotará
entre caseta y caseta,
ya que éste es el lugar
donde estalla la alegría
con total sinceridad.

Venid, venid todos juntos,
porque vamos a empezar
esta gran celebración,
tocad las palmas, cantad,
cogeros vuestra pareja
y poneros a bailar,
que Sevilla por montera
a este mundo se pondrá,
pues la Feria no es un sueño
sino una realidad,
algo tan puro y auténtico
que nos llena de verdad.

Toma el coche de caballos
que nos vamos a montar,
que bajo el sol de la tarde
habremos de pasear,
y no te olvides tu copa
para poder disfrutar
de esa mezcla sevillana
–manzanilla y “seven up”–
que origina un rebujito
cuyo sabor saciará
esta sed que nos invade
cuando hablamos sin parar.

Venid, venid todos juntos,
porque vamos a gozar
de estos días entrañables
en el recinto ferial,
viviéndose unos momentos
que nunca se olvidarán,
anecdóticos instantes
imposibles de borrar
de la memoria y del alma,
recuerdos que habitarán
al calor de un corazón
que no morirá jamás.

Pasemos por Pascual Márquez,
pues hemos de visitar
el ciento noventainueve,
donde vamos a encontrar
a una gente muy cofrade
para poder conversar
sobre la Semana Santa
que ya se ha quedado atrás,
y aunque estemos en la Feria
nunca dejamos de hablar
ni de pasos, ni de horarios,
ni de temas de hermandad.

Venid, venid todos juntos,
acercaros al real
cuando al fin la primavera
esquive la tempestad
y florecida se halle,
porque fiel a su lealtad
a esta honda tradición,
Sevilla entera vendrá
a disfrutar de la vida,
ya que la Feria será,
por los siglos de los siglos,
la fiesta de la amistad.

III. La portada

Dentro de pocas horas, todo este recinto de Los Remedios se convertirá en una luminosa ciudad artificial donde Sevilla vendrá a buscar una de las esencias que la definen, como es la de la gracia de su alegría.

Por más que pasen los años por el discurrir de nuestra propia existencia, la sevillana Feria abrileña se caracteriza por poseer el don precioso de rejuvenecer nuestro espíritu, y acudimos a ella con la misma ilusión y con las mismas ganas de disfrutar de la vida que el Gran Poder infinito de Dios nos regaló al nacer. Como siempre marcan las pautas del tiempo, venimos primero de la mano de nuestros padres esperando ser llevados a la calle del Infierno para tomar luego en el real un buen y sonrosado algodón de azúcar; luego viene la independencia habitual de la adolescencia, haciendo las primeras quedadas con los amigos y los primeros escarceos en torno a la niña en la que ya fijabas tu mirada y atención de manera especial y distinta; seguidamente está esa etapa de plena juventud en la que nos volvemos tan feriantes que rara es la noche en la que no despedimos a la luna cuando el sol se alza enhiesto por el Aljarafe; y se completa el ciclo cuando las circunstancias casi exigen vivir esta fiesta preferentemente durante el tránsito de la tarde a la noche al acudir con tus hijos o con tus nietos.

La Feria es, pues, un círculo vital que se completa en cada sevillano y se renueva en cada generación, algo similar a lo que nos ocurre con la Semana Santa, que va cubriendo distintas etapas a lo largo y ancho de la vida de cada uno de nosotros, y aunque parezca que siempre es igual, en realidad siempre es distinta, y se renueva a pesar de que su carácter sea perdurable.

Ahora bien, ¿hasta qué punto forman parte la tradición cofrade y la vocación feriante de la idiosincrasia sevillana? Pues percataros de hasta a qué extremo se puede llegar, que ambas son capaces de darse la mano. ¿Qué quiero decir con esto? Venid conmigo y lo comprobaréis…

Vaya curiosa sorpresa
veo al final de Asunción,
llamándome la atención
cuando el alma se embelesa
ante esta magna visión.

Sobre el albero feriante
hay un templo sevillano,
y aunque parezca inquietante,
lo estoy viendo ahí delante,
excelso, bello y cercano.

Yo no sé cómo ha pasado
este hecho prodigioso;
el Salvador, portentoso,
me está dejando asombrado
por este hecho pasmoso.

Sabe a Domingo de Ramos,
o quizás a Jueves Santo,
casi dudo dónde estamos,
pero la luz y su encanto
dicen que a la Feria vamos.

Casi veo por su puerta
salir varios nazarenos,
mas la mente se despierta,
no con “una hebilla menos”,
sino un tanto desconcierta.

Que esto no es el Salvador,
ni a lo largo de estos días
saldrán Pasión ni el Amor,
pues no es tiempo de dolor
sino tiempo de alegrías.

Tampoco saldrá el Rocío
camino de las arenas,
ya que quedan noches plenas
de esta Feria, junto al río,
con vivencias siempre buenas.

Viniendo por Espartero,
junto a Antonio Bienvenida,
sentiremos la acogida
que ofrece con todo esmero
esta portada encendida.

IV. Las casetas cofrades

Permitidme hacer una primera visita en la calle Espartero número 15, porque allí se encuentran mis hermanos de San Gonzalo, reunidos bajo la bendita dulzura de esa Virgen de la Salud que es la Madre de aquel buen Jesús que manifiesta su Soberano Poder. La portada, precisamente, está muy cerca, y pasando bajo ella me adentraré en Antonio Bienvenida, donde habré de detenerme en el número 35, porque allí, en la pañoleta de la caseta, un ancla verde manifiesta que la Esperanza está presente entre mis hermanos feriantes de Triana, y se reúnen en torno a los cuadros de la Señora de la belleza exuberante y el Cristo que con mayor hermosura en su rostro padece sus Tres Caídas bajo el peso de la cruz. Y finalmente, seguiré buscando Esperanza, y mi fervor trinitario hace que me encamine al 110 de la calle Ignacio Sánchez Mejías. No cabe duda, si es que hasta en este real de Los Remedios tenemos nuestras particulares casa de hermandad…

Feria de Abril en Sevilla. Feria que este año sí será entera en el mes de “aguas mil”, pero no pensemos en la lluvia, y si hiciese acto de presencia, no pasa absolutamente nada. “¡Echa el toldo, niño!”, y cierras la caseta para tu gente, que mientras haya manzanilla o rebujito, una guitarra o un tamboril, una buena voz para cantar, unas guapas sevillanas vestidas de flamenca para bailar y… ¿por qué no decirlo, si somos como somos y nadie lo puede negar? Mientras haya también una buena tertulia cofrade, tranquilos, que así, nadie nos aguará la fiesta.

Irán pasando las horas, las nubes se alejarán o, al menos, darán una tregua, y cuando el albero esté bien asentado, dará comienzo nuestra “carrera oficial feriante”. ¿Es que acaso la Feria tiene también carrera oficial? Por supuesto, sólo que ésta no tiene controles horarios ni un itinerario previamente fijado, pero lo que sí tiene son paradas, muchas paradas… ¿Y cuál es el recorrido que podemos seguir? Pues podemos empezarlo donde queramos, porque aquí mismo, en Pascual Márquez, tenemos las casetas de las Hermandades de la Vera Cruz y el Rocío de la Macarena, y si tiramos hacia Curro Romero, allí acudiremos a las de la O y “Las Hermanadas”, es decir, los Javieres y el Resucitado. Si continuamos por Sánchez Mejías, podremos visitar, por este orden, la Hiniesta, los Dolores del Cerro, las Cigarreras, la Lanzada, el Rocío del Cerro, San Benito y, por supuesto, la Trinidad, que a mí no me importa ir otra vez.

Nos asomamos una vez más a la portada, y en Antonio Bienvenida haremos un alto en el camino para pasar un ratito en San Esteban, y luego repito yo nuevamente en la Esperanza de Triana, y no os enfadéis conmigo si por Espartero entro una vez más en San Gonzalo, aunque sea a saludar. Y en esa misma calle, muy cerquita, “Los Amorosos”, donde vemos al pelícano batiendo sus alas como si quisiera ponerse a bailar.

Continuaremos la ruta por Gitanillo de Triana con el Carmen de San Gil y la Carretería, y cuando tomemos por Jiménez Chicuelo, ya sabemos que hay que pasar por la Paz, la Mortaja y el Museo, si bien es verdad que estas dos últimas están pegadas toldo con toldo.

En Juan Belmonte echaremos bastante tiempo, digámoslo claro, porque hasta seis casetas tendremos que visitar, las de los Gitanos, la Estrella, “Las doce horas del Lunes Santo” –que es la de Santa Genoveva–, la Reina de Todos los Santos, el Cachorro y el Rocío del Salvador.

Pero no perdamos las fuerzas, que aún queda un último tirón, ya que tras visitar a “Los Candelarios” en Pepe Luis Vázquez, remataremos la faena en Joselito el Gallo acudiendo a las casetas de Monte-Sión, las Mercedes de la Puerta Real y el Cristo de Burgos.

Menudo y tremendo recorrido hay que llevar a cabo, aunque también tenemos toda la semana por delante para hacerlo.

Ha llegado ya la hora
de visitar las casetas,
de quedar con los amigos
en estas noches de fiesta,
y en agradables tertulias,
tomando alguna cerveza,
conversar sobre hermandades
aunque estemos en la Feria,
y es que somos como somos,
disfrutamos de este tema
sin importar el momento
y sea el día que sea.

Al recorrer estas calles
de la historia más torera,
hallamos miles de escudos
que suponen el emblema
de una Sevilla cofrade
que vive la primavera
con orgullo y privilegio,
que la vive a su manera
con el júbilo más hondo
que le corre por sus venas,
sintiendo profundamente
las cosas de nuestra tierra.

Recorriendo este real
disfrutaremos la esencia
que contiene esta ciudad,
seguros en la certeza
de que siempre habrá momentos
para hablar de una cuaresma
y de una Semana Santa
que poco a poco se alejan,
tantos y tantos instantes
que en el recuerdo se quedan
y que en la Feria resurgen
para exaltar la grandeza
de una eterna devoción
que este pueblo manifiesta
todos los días del año
con su generosa entrega.

Y Sevilla no lo duda,
que aquí no existen fronteras,
pues tomando manzanilla
entre mujeres flamencas
hablamos de cofradías
en el real de la Feria.

V. La mujer sevillana, la flamenca

En mi niñez escuché una vez que la Feria es la manifestación popular con la que se rompe en explosión de júbilo y de pasión por la vida, puesto que en ella, una vez que Cristo ha resucitado allá por Santa Marina, los sevillanos celebramos con regocijo nuestra peculiar forma de ser para degustar esa esencia que nos caracteriza. Todos los que nos honramos en ser de esta urbe tenemos algún mínimo recuerdo en el real, y siempre plácido: un almuerzo en familia, una tarde entre amigos, o una de esas largas noches en nuestra adolescencia que deja huella indeleble en la retina de la memoria para el resto de nuestra existencia.

Cuando hablamos de la Feria, hay a quienes les gusta hablar de las dos caras que tiene, como si fuesen dos facetas que la definiesen, dos aspectos rotundos que la sintetizan: el día y la noche. Durante el día nos encontramos la Feria para los niños, la de las chaquetas y las corbatas, la de los enganches y los paseos de caballos, la de las comidas y las primeras copas acompañadas de algún cigarrillo; y durante la noche, la del comentario y el análisis de la corrida en la Maestranza, la de las copas largas, la de bailar sevillanas aunque los hombres no nos sepamos bien los pasos o nos los inventemos cuando nuestra pareja es una preciosa moza con la que es imposible desaprovechar la oportunidad… Aunque nuestra mujer o novia esté delante, porque, seamos sinceros, tenemos cara para eso y para más.

Todo esto, y muchísimo más, es la Feria de Abril en Sevilla, pero que nos quede claro, no obstante, que esta fiesta dejaría de serlo plenamente sin una pieza clave y primordial como son las mujeres sevillanas, las mismas que en esta caseta, por ejemplo, embellecen a las flores al aparecer reflejados sus nombres en las macetas que habitan entre estas lonas y toldos. Y fijaos si esto es así que en los carteles más antiguos que ya pregonaban a inicios del siglo XX las fiestas primaverales, raro es aquél en el que no apareciese una mujer, siendo ella quien nos seduce con su mirada para que no faltemos a la cita anual con esta celebración.

En nuestros días, aunque las mujeres ya sean iguales que los hombres en las cofradías, pudiendo vestir la túnica nazarena o usar el alba y la dalmática como acólitas, la mujer sevillana ha de seguir luciendo el traje de flamenca, con sus volantes y sus lunares, con su luz y su colorido, porque Sevilla seguirá siendo Sevilla mientras sigamos llevando los varones a una preciosa flamenca del brazo.

Brotan la luz y el color
en noches de primavera,
y Sevilla, a su manera,
se recrea en el olor
de aquella preciosa flor
que habita en ese cabello
que va acariciando el cuello
de una preciosa mujer,
anhelando el alma ver
su femenino destello.

Un baile por sevillanas
le ofrece al cuerpo energía,
y el sueño no desvaría
cuando nacen las mañanas
sin que se pierdan las ganas
de acercarse hasta el real
donde todo es ideal,
pues no existe la miseria
que le quite a nuestra Feria
su alegría más cabal.

VI. Epílogo en Pascual Márquez 199

Aún duermen las bombillas en este real de Los Remedios, a la espera de que sea el instante justo y preciso para que estalle la luz en mitad de la noche.

Va a comenzar la Feria, pero quienes aquí nos hallamos estamos viniendo todavía de la Campana, casi aspirando la nostalgia, pero sabiendo que en esta caseta vamos a rememorar ese tiempo bendito que Dios nos ofrece –a pesar de esa lluvia que ha impedido este año a 29 hermandades ir a la Catedral y a otras 4 salir el Viernes de Dolores– para conmemorar su Pasión, su Muerte y su Resurrección. Pasión en el rostro sublime y sereno del Divino Caminante que reside en la antigua Colegial del Salvador; Muerte en la placidez del sueño del Cristo de la Providencia al reposar en la cuna excelsa del regazo de esa Virgen de los Dolores que queda envuelta en el contexto de la elegancia servita; y Resurrección que irrumpe en el cielo con su luminosidad para encender en la Santa Iglesia Catedral la candelería de la Esperanza Macarena en el momento culmen de su estación penitencial ante el Santísimo Sacramento. Ésta es, al menos, la manera en la que siente y entiende la Semana Santa nuestro querido Antonio Dubé de Luque, quien con sus pinceles da también un sabor cofrade a la Feria de Abril cuando contemplamos la artística pañoleta que embellece la fachada de esta arquitectura efímera.

Y porque somos así, tal como somos, en el cuarto de siglo que ya tiene esta caseta “De la Campana a la Feria”, cuántas tertulias cofrades han tenido lugar entre estas lonas, y cuántas saetas habrá cantado, con los toldos ya echados en madrugadas de lluvia, Angelita Yruela. Y cuántos personajes han pasado por aquí, desde los recientemente fallecidos Pepe Peregil o “El Pelao”, quienes desde el cielo siguen cantando saetas el primero y capitaneando a los Armaos de la gloria el segundo, hasta el Teniente Coronel Abel Moreno, quien parió en este recinto la marcha “Paloma mercedaria”, dedicada a la Virgen que Antonio Dubé hiciese para la Hermandad del Prendimiento de Almería y que fuese pasto de las llamas en la Catedral almeriense en 1996. Y hasta Antonio Burgos, en “Un paseo por las casetas”, decía en 1989 en ABC que “Hemos así pasado ‹‹De la Campana a la Feria›› (caseta en Pascual Márquez, 199) y cuando nos demos cuenta ya habremos pasado ‹‹De la Feria al Rocío›› (caseta en Antonio Bienvenida, 39)”.

Pero quedémonos en Pascual Márquez, donde el alma del cofrade ya vibra al descontar el tiempo hasta un nuevo Domingo de Ramos mientras se pisa el albero de la Feria.

Vuelve de nuevo la espera,
otra vez la cuenta atrás
sin que se pierdan jamás
los sueños de primavera.

Se fue la Semana Santa,
pero al fin llega la Feria,
y el alma ya no está seria
cuando la luz se levanta.

Pisaremos el real
añorando esa pasión
que late en el corazón
de esta Sevilla cabal.

El baile por sevillanas
lo aromamos con incienso,
siendo un placer tan intenso
cual repique de campanas.

Recorriendo las casetas,
buscamos a otros cofrades
para charlar de hermandades
en estas noches inquietas.

Y en Pascual Márquez, por tanto,
haremos una visita
a gente muy erudita
que te tratan con encanto.

En un magnífico ambiente
de muy grata convivencia,
se percibe la evidencia
de una Feria diferente.

Sevillanas cofradieras
por aquí se cantarán,
al sentirse el noble afán
de aquel tiempo sin fronteras.

Venid todos, que aquí dentro
hay un gozo que le invade
al feriante y al cofrade
en su glorioso reencuentro.

Este, pues, será el perfil
de la gracia más galana
al venir de la Campana
para la Feria de Abril.

Poco más queda que añadir a estas pobres palabras de un servidor de ustedes. Reconozco que soy un sevillano enamorado de su tierra que disfruta, como el que más, de nuestra Feria, pero igualmente he de decir que, como ustedes, me encanta, especialmente, mantener agradables ratos de tertulia cofrade en el real. Somos como somos, y no podemos negarlo, y por qué evitarlo, si nos gusta ser así y no le hacemos mal a nadie por ello.

Solamente me queda silenciar la voz, y aguardar las menos de cincuenta horas que faltan para que la fachada del Salvador… ¡Perdón!, para que la portada se encienda –si es que nos sale la vena cofrade, ¿qué le hacemos?–, y con ella, todas las calles de esta ciudad artificial.

Muchísimas gracias, queridos Antonio Dubé de Luque y Antonio Muñoz Castro por permitirme el gozo de compartir este tiempo con vosotros. Y es más, os hago una confesión: conozco la existencia de esta caseta desde mi adolescencia, y siempre tuve ilusión por conocerla, y quién me iba a decir que iba a venir aquí por cuestiones laborales para dar a conocer en televisión la preciosa labor que hacéis con la Asociación “Paz y Bien”, y me iba a marchar de este lugar siendo el pregonero del año siguiente.

Ahora sí que ha llegado el momento, no hay nada que se haya quedado sin estar preparado. La algarabía está a punto de resurgir, y la luz aún descansa a la espera de que las manecillas del reloj se ubiquen verticalmente bajo el número 12 cuando nazca de madrugada el martes… Así pues, aquí culmina mi cometido.

Poco tiempo es el que resta
para que todo comience,
y en las sombras no se vence
el clamor de una gran fiesta
que con alarde se apresta,
cada noche y cada día,
a vivir esta alegría
llamada Feria de Abril,
bajo un cielo tan añil
que impregna sevillanía.

He dicho.




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