XXX Exaltación a la Virgen de Regla

Sábado 22 de septiembre de 2012
Capilla de San Andrés



Dedicatoria:

A Antonio Jesús Cantos, por aquella bendita ilusión
que brotó una madrugada veraniega y se hizo
realidad una noche de cuaresma.

A Julio Jiménez “Juli”, fervoroso devoto de su Reina,
que ha visto partir a su padre de nazareno al cielo
mientras se estaba rematando esta exaltación.

A todos mis amigos y hermanos de los Panaderos,
por haberme hecho sentir uno más de ellos
a las plantas de la Virgen de Regla.

I. Desde el mar por el río

Dicen que sueñas con el mar, que anhelas sentir la caricia de su espuma y dormirte a su vera con el susurro del viento que juguetea con las aguas. Hay veces que, al parecer, quisieras sentir el calor atlántico de otra manera y aguardas que llegue el día en el que, quizás, pises por vez primera la arena de una playa andaluza. Te gusta viajar, te encanta conocer mundo, pero hay veces que por más que se sueñe, no nos damos cuenta de que lo que tenemos cerca tiene tanto valor como aquello que se desea.

Quisieras, a lo mejor, vivir en un santuario por cuyas vidrieras entra la luz de un sol costero, y poder abrir tu ventana y contemplar la bella inmensidad de un océano que se abraza con ese cielo azul que impregna con su pureza a todo el territorio del sur. Darías lo que fuera por acudir a ese lugar un mes de septiembre, y disfrutar de las fiestas que se celebran en estas mismas fechas, degustar el buen vino de la tierra y sentir el clamor y el entusiasmo de todos aquellos que acudiesen a tu encuentro.

Te imaginas la silueta, incluso, de un alto faro que guía a los barcos, y cuya lámpara les indica que se acercan a las proximidades de la entrada del único río navegable que existe en la península. Y qué curioso, el río solamente permite la navegación desde el mar hasta la ciudad en la que vives, esa misma urbe que también tiene un faro que, en este caso, brilla con luz propia y que es vigía de todos y cada uno de los moradores del municipio.

No sientas pena ni envidia, que en Sevilla también se te quiere igual que en Chipiona, así que no pienses que tu capilla es pequeña, porque habitas en los corazones de todos los que se rinden a tus plantas, y son tantos que en cada uno de ellos encuentras el habitáculo más grande que existe, el del amor. Y en tu ciudad también huele a mar, y el Guadalquivir te trae desde su rivera la mejor brisa que puede besar tus sonrojadas mejillas, y la Giralda anunciará a todos tus hijos que ha llegado el mes de tu Natividad, el de tu dulce Nombre, María, así que no creas que pasará inadvertido por el calendario particular de las íntimas emociones de los sevillanos.

Llegan de nuevo los prolegómenos de tus cultos, ese solemne triduo al que acudiremos a manifestar nuestra devoción a tu dulzura, a tu maternidad, a tu entrega, a tu silencio, a tu ternura, a tu afecto, a tu sencillez, a tu hermosura, a tu serenidad, a tu consuelo, a tu protección… Y recordaremos aquella mañana memorable en la que fuiste proclamada Reina de todos tus fervorosos hijos, aquel instante en el que se detuvo la historia de tu Hermandad cuatro veces centenaria para depositar sobre tus sienes el oro inmarcesible de una devoción forjada a través de los tiempos, porque aquí siempre fuiste considerada tan soberana como en aquella población de la costa que reconquistase el Santo Rey Fernando III a los tres años de haber hecho lo propio con la vieja Híspalis. Y para mayor gloria, posees en tu delicado ajuar las heráldicas de ambas poblaciones, porque sabes que tu devoción se reparte a manos llenas por Andalucía. Y cuando octubre alcance su ecuador, junto a Ti nos hallaremos para depositar todo nuestro sentimiento en tus delicadas manos a través de nuestros temblorosos besos.

Aquí vengo, María Santísima de Regla, a exaltar todo lo que tus cofrades panaderos sienten por Ti y que a mí me han transmitido.

Va acabándose el verano
al sentirse el regocijo
de hallar, por fin, el cobijo
en tu regazo cercano,
y este pueblo sevillano
desde sus labios pregona,
al igual que en Chipiona,
la devoción más certera
a la gracia verdadera
del fervor que te corona.

Aquí vengo, Madre mía,
a ofrecerte esta plegaria
con mi alma solitaria,
pues mi corazón sabía
que en tu rostro encontraría
un mensaje muy rotundo,
el de tu amor tan fecundo,
ya que tu misericordia
extermina la discordia
habitante en este mundo.

Guía siempre mi cantar
cuando ensalzo con firmeza
la bondad de tu belleza,
porque quiero proclamar
esa manera de amar,
con tu luz corredentora,
a esa gente que te implora
el consuelo de una vida
que ha de quedarse prendida
en tu cariño, Señora.

Virgen de Regla bendita,
flor altiva y primorosa,
en Ti mi sueño reposa
mientras la lengua recita
el poema que palpita
en lo más hondo del ser,
pues todos han de saber
que la fe vive tranquila
porque reinas en Orfila
con Soberano Poder.

II. Cuando desciende de su altar…

· Sr. Hermano Mayor, Junta de Gobierno y hermanos
  de esta querida Hermandad de los Panaderos
· Sr. Vicepresidente y miembros
  de la Junta Superior del Consejo General de HH. y CC.
· Sr. Secretario del Excmo. Ateneo de Sevilla
· Representaciones de las Hermandades aquí presentes
· Señoras y Señores

Con Soberano Poder reinas en Orfila, y nadie duda de ello, puesto que eres la Madre del Rey de Reyes y del Señor de Señores, y es precisamente Él quien te constituye Reina y Señora de todo lo creado, porque Dios te otorgó su potestad para que reinaras sobre todos los hombres y los ángeles.

Hoy, mi trémula voz acude presta a la cita a la que Tú misma la has convocado para intentar realzar con su pobre vocablo tus excelencias. Temerosa el alma ante tan magno cometido, no puedo hacer otra cosa que manifestar mi gratitud a quienes han contribuido a hacer posible este hecho, a los que me fueron acercando a Ti y hacer que te sintiese de manera especial. En esta tribuna puedo decirlo alto y claro: qué buenos hijos tienes, Madre, porque me han tratado como a un hermano más, compartiendo con todos ellos momentos íntimos de alborozo y entusiasmo.

Numerosas son las vivencias que podría relatar aquí en este mismísimo instante, pero dejemos que esta Exaltación a la Divina Panadera de San Andrés siga su curso, porque estamos en septiembre y en ello hemos de centrarnos primeramente, puesto que se trata de un mes trascendente para la devoción mariana de los cristianos, debido a que en él celebramos la Natividad de la bienaventurada Virgen María. Y por su marianismo, la Hermandad de los Panaderos no lo es sólo del Prendimiento, sino también de María Santísima de Regla.

Es tan hondo el sentimiento
que se profesa a María,
que Ella atrapa el pensamiento
con la Regla que confía
en el Dios del Prendimiento.

Sevilla, tierra indiscutible de Nuestra Señora, no podía prescindir entre sus advocaciones de la de Regla. Desde finales del siglo XVI se halla presente en el seno de la Iglesia Hispalense, porque como relataba en su manuscrito de 1639 fray Diego de Carmona y Bohórquez, en la centuria antes indicada, arribaba al sevillano Convento de la Pasión de la calle Sierpes una Virgen blanca procedente del antiguo monasterio ubicado frente al Atlántico en la costa gaditana, y por su lugar de origen se la empezó a conocer como Virgen de Regla. Pero en mi barrio de Triana, en el Convento del Espíritu Santo, como bien sabéis, se tiene constancia de una Hermandad que se funda en 1586 para rendirle culto igualmente a Nuestra Señora de Regla.

Son diversas y variadas las hipótesis que existen en torno a estas cuestiones históricas, porque en uno o en otro caso podría hallarse el origen de esta devoción tan “sevillanizada” con el paso de los siglos… Y quién sabe si en estos ejemplos puede estar el supuesto origen de vuestra corporación.
         
Dentro de varias semanas, cuando el próximo 11 de octubre arranque el Año de la Fe y el otoño tome posesión del tiempo, sintiéndose que el bochorno inicia discretamente su huída y que el fruto de la primavera vuelve a marchitarse, una recóndita alegría aflorará por las inmediaciones de Laraña y Villasís, porque habrá descendido de su retablo la belleza serena y afable de la “Virgen de la tez morena”, la que es “Candeal de la hermosura” y “Madre del rostro hechicero”, tal y como la definía en su requiebro el verso imperecedero de Antonio Rodríguez Buzón.

Otro año más, aguardarás, Señora, en el precipicio de tu presbiterio la visita de todos aquellos que necesitan de tu mediación para tantas cosas cotidianas de la vida, para tantas dificultades y para tantos empeños. Y acudirán con sigilo para mirarte de cerca, para extasiarse en tu semblante carente de patetismo, y para aferrarse a la apacibilidad de tus dedos. Y quién sabe si la historia esconde en una de tus manos el mimo de Chipiona y en la otra la caricia de Triana, porque en el pecho recoges todo el amor de Sevilla.

Silenciosa, muy prudente,
bajarás desde tu altar
para acercarte a tu gente,
y de ese modo palpar
la devoción más patente.

Con tu cabeza inclinada
levemente a la derecha,
clavarás con tu mirada
la piedad que se hace flecha
sobre el alma enamorada.

El otoño pasa lento
por delante de tu cara,
desterrando el desaliento
que fenece en un momento
con tu lindeza preclara.

Vas extendiendo tu mano
para recibir el beso
de este pueblo sevillano
que, al saberse mariano,
ante Ti se queda preso.

¿Qué misterios nos escondes
entre tus dedos sublimes?,
¿cuántas almas Tú redimes
cuando las dudas respondes
mientras los miedos suprimes?

Con la Regla de tu amor,
y honrando siempre tu historia,
resurgirá el esplendor
de aquella vetusta gloria
en su infinito candor.

En el calor de tus manos
queda oculta una leyenda
que a muchos, quizás, sorprenda,
con Triana y sus gitanos
o Chipiona y su ofrenda. 

La luz se viste de gala
al arrullar tu semblante,
y tu venustez regala
la ternura que se iguala
a tu gracia exuberante.

Alzada en el presbiterio
de tu íntima capilla,
ha de abrirse la semilla
con la que aflora el imperio
de esa bondad que en Ti brilla.

Recibes nuestra oración
a través del puro gesto
que nace del corazón:
un beso de devoción
con el gozo más honesto.

La urbe entera a Ti acude
y te reza “Ave María”,
con la inmortal melodía
que al sentimiento sacude
cuando te canta a porfía.

Por eso, Sevilla añora,
antes, ahora y después,
que seas luz en su aurora,
insigne y noble Señora
que habitas en San Andrés.

III. La ofrenda de una corona de amor

Aferrados precisamente a tus manos, tomándolas como el timón que conduce y marca la senda de nuestra vida, surcando por la pureza cristalina de tus ojos, sentimos constantemente el amor más hermoso con que nos agasajas al ser la medianera universal de todas las gracias, no existiendo dicha mayor que la de ser tus hijos. Pese a ello, erramos muchas veces, y el peso del orgullo propio obstaculiza la rectitud del camino más estable para saber pedir perdón a tiempo, y se nos hace escabroso el hecho de dirigirle la palabra a aquel hermano con el que mantenemos alguna disputa, pero Tú, Virgen de Regla, nos explicas perfectamente por qué tu Hijo tiene los brazos abiertos: para acogernos en su Soberano Poder, para darnos su abrazo misericordioso, aunque siempre nos recuerdas que si acudimos con alguna ofrenda, la dejemos depositada provisionalmente delante del altar para ir a reconciliarnos primero con el prójimo, y una vez que el corazón late en la paz de su conciencia, regresar de nuevo y ofrecer –entonces sí– nuestro presente a Dios.

Sin embargo, Tú nos conoces, y sabes que tenemos tanto que agradecerte que, igualmente, te entregamos nuestra mejor alabanza, y recogiendo los metales más nobles y preciosos que existan, fundiendo con el penetrante calor de la fe el oro de nuestra devoción sin límites, y tomando los cinceles de nuestro sudor y nuestro esfuerzo, repujamos para Ti, Madre nuestra, la presea que te mereces, y como quisiste llamarte esclava del Señor, el pueblo te exalta sobre los coros de los ángeles para invocarte como su intachable y única Reina celestial.

Era necesario, no podía quebrantarse este compromiso, y por ello, se abrieron las puertas del archivo de nuestra memoria, se repasó con honda veneración la historia del fervor a tu bendita imagen, y se prepararon los documentos más imprescindibles para que la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, pudiese saludarte algún día con la realeza que te corresponde por haber revestido de carne humana al Rey de los siglos, y así nos lo recuerda el sacerdote jesuita José González de Quevedo en la salve que te dedicó: “Panadera de los cielos, / tahona en que se amasó / en nueve meses benditos / el hombre y el mismo Dios”.

Amanecía en el mayor templo metropolitano el domingo 26 de septiembre de 2010, filtrándose la luz de la mañana por los amplios ventanales catedralicios, mientras Tú despertabas del sueño de una noche que descontaba en el tiempo sus horas. Bajo el atronador silencio de tu palio permanecías, y allí te hallabas, aún sin tu corona, humilde y sencilla, como cuando fuiste aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá, y entraste en casa de Zacarías para saludar a tu prima Isabel que estaba encinta, proclamándote ella bendita entre todas las mujeres, a lo que respondiste con ese canto evangélico que empleamos en el rezo de las vísperas, el “Magníficat”, diciendo: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi”.

Se adormeció la noche entre tus manos,
el sol posó sus rayos en la tierra,
pero Dios en el cielo nunca encierra
los fulgores más pulcros y lozanos.

Bajaron con sigilo los luceros
para poder posarse en tu cabeza,
ensalzando tu gloria y tu pureza
al quedar en tu encanto prisioneros.

La excelsa Catedral fue el escenario
de aquel grandioso evento septembrino,
reluciendo tu rostro femenino
en ese antiguo templo centenario.

Proclamas la grandeza del Señor
al mostrar tu recato como esclava,
y la alegría en Ti jamás se acaba,
honrándote la urbe con honor.

Divina Panadera de los sueños,
inquebrantable Regla de piedad,
no dejes de mostrar esa verdad
de este amor que no ceja en sus empeños.

Un amor que es tan grande y refulgente
que el corazón ya ansiaba una corona
con la que realzar tu gran persona,
besándote la luz sobre tu frente.

El Espíritu Santo te llenó
con el don de esa gracia sobrehumana,
repicando aleluyas la campana
que eufórica en su torre volteó.

Gran Señora del Miércoles más Santo,
luminosa ascua viva en San Andrés,
la ciudad se postraba ante tus pies
secando tus dos lágrimas de llanto.

La Giralda anunciaba esa mañana,
con gozosa esperanza, tu reinado,
quedando por los siglos demostrado
el fervor a tu fuerza soberana.

Recuerda estos anales tan señeros
y conserva esta historia en tu capilla,
pues fuiste coronada por Sevilla
con la fe de tus hijos panaderos.

IV. Nombres para una devoción

El silencio se había convertido en amo y señor del insondable recogimiento predominante en la estancia. Parecía que todo se detenía en ese momento, mientras en el exterior el mundo continuaba con su pulso y su ritmo entre impasible y trepidante. Todo ocurrió aquí mismo, en este lugar que casi quedó convertido en efímero compás de convento de clausura, y aconteció una noche de cuaresma, justo cuando la fragancia del azahar recién nacido cabalga en la brisa de la fría madrugada para mimar nuestros sentidos, un aroma que atraviesa la espina dorsal de nuestras almas para agitar los nervios ante la llegada de esa semana por la que vamos contando realmente los años de vida.

Por la ceñida y estrecha puerta cuyo pasillo conduce a la sacristía, venía la Virgen, ya revestida con su saya, enmarcada su divina faz por su tocado, pero aún carente de alhajas, aunque no por ello menos Señora, porque Ella siempre es nuestra Madre.

Sin lucir presea alguna,
desprovista de su manto,
mas sin descuidar su encanto
bajo el perfil de la luna,
su ternura siempre acuna
la sencilla devoción
a su honda compasión,
pues la Virgen panadera
es flor de una primavera
que brota en el corazón.

Una primavera que renace exultante en el justo momento en el que Santa María es entronizada bajo la suntuosidad de su palio a la espera de un nuevo Miércoles Santo. Este año tuve la inmensa dicha de presenciar este traslado casi recóndito, y ubicándome posteriormente en el frontal de las andas procesionales, no podía dejar de contemplar ese rostro enigmático del que no sabemos qué gubias pudieron acariciarlo para dar lugar a tanto esplendor.

En aquella densa madrugada se me vino a la mente, sin embargo, una gran cantidad de nombres que bebieron en la fuente de la belleza de la Virgen de Regla para ensalzarla desde distintos modos de expresión. Cómo no recordar la gran labor que como cofrade desempeñó en esta corporación el bordador Rodríguez Ojeda, que llegó a ser oficial de junta, y confeccionó para Ella aquel palio y aquel manto que hoy son propiedad de la Soledad de Cantillana; o cómo no evocar al genial ceramista Antonio Kiernam que en 1929 ejecutó los magistrales retablos de la fachada de esta capilla; o cómo no gozar al escuchar la interpretación de aquella fabulosa partitura que compusiera en 1975 el profesor Rafael Ruiz Amé; y cómo no disfrutar con la contemplación de aquella cuidada obra pictórica con la que Isabel Sola anunciaba con sus pinceles la coronación de la Señora. Aunque son muchas más las personas que se han inspirado en su figura, y así tenemos también, entre otras, las piezas musicales de Borrego, de Albero, de Alcaide, de Lozano… Los versos de Rosa Díaz y de Eva Cervantes –Regla de Amor en todo, ¡Madre mía!–, el azulejo de Antonio Morilla que desde 1948 se halla en la escalera de acceso al camarín del santuario chipionero, el cartel de Beatriz Barrientos para la JMJ, el diseño de Gómez Millán para los bordados actuales del palio… Y así, toda una interminable lista.

Pero hay tres personas –un hombre y dos mujeres concretamente– que tienen la fortuna de susurrar al oído de la Virgen de Regla sus cuitas, poseyendo igualmente la dicha de sentirla más cerca que nadie, de mirarla fijamente a los ojos, de confesarle sus pecados en voz baja, de colocarle recatadamente la medallita de cualquier persona enferma para que Ella la proteja… Son tres cofrades que han de hallar también la inspiración en su cara de Reina y de Madre, pues gozan del privilegio de poder rezarle un “Ave María” mientras la visten y engalanan.

En la quietud de la noche,
se acercan tres corazones
que sueñan con mil razones
para sentir el derroche
de un cariño, sin reproche,
que nace de la pureza
y de la fiel sutileza
de una preciosa mocita,
cuya bondad infinita
colma al alma de belleza.

Son tres corazones puros,
y ellos juntos desempeñan
esa labor que diseñan,
siempre firmes y seguros,
entre los sagrados muros
de una vieja sacristía,
vistiendo en ella a María
con la Regla de una paz
que nunca será fugaz
en la tempestad sombría.

El vestidor se recrea
sin querer saber la hora,
pues su guapura decora
con el fervor que gotea
mientras el tocado crea,
y atentas a todo gesto,
con su ánimo dispuesto,
están las dos camareras
como humildes compañeras
de este encargo tan honesto.

Late el amor por Orfila,
queda el tiempo detenido
sin que exista ningún ruido,
y la gloria se perfila
con el gozo que encandila
la ilusión y la esperanza,
porque con Regla se alcanza
ese cielo inmaculado
que hasta la tierra ha bajado
con su bienaventuranza.

Los tres corazones buenos
sienten cerca el paraíso
con su acento más preciso,
sentimientos siempre plenos
que jamás quedan en menos,
reluciendo sin demora
esa la luz que en Ella aflora,
y entre estas blancas paredes,
Mariano, Esther, Mercedes…
han vestido a la Señora.

Si algo le da sentido a una Hermandad, sin duda, son sus hermanos, y siempre con la devoción que profesan a sus Amantísimos Titulares. Por lo tanto, si hablamos de los Panaderos, hemos de referirnos a nombres clave del día a día que hacen posible el engrandecimiento de esta centenaria cofradía, y no pueden pasarse por alto a hermanos que van desde aquellos que se preocupan por desvelar y dar a conocer la historia como hace Pepe Roda, hasta jóvenes que dejan aquí su tiempo y su ilusión para fortalecer su espíritu como hace Ale Cristóbal. Tampoco podemos olvidarnos de hermanos que abren sus brazos para acoger a todo aquel que quiera venir a aportar su granito de arena, como le ocurre a Ildefonso Martínez, ni podemos obviar las aportaciones artísticas que desde su modestia pueda hacer Silvia Ortego, como trascendental ha sido el papel desarrollado por nuestro querido Emilio Santiago, gran Hermano Mayor que cerrará en un mes escaso un gran sexenio en esta corporación. Pero tampoco quiero ni puedo olvidarme de Pepe Monge, agarrado siempre con una mano de la Virgen de Regla y con la otra del apreciado Juan Borrero para tocar juntos el martillo en chicotás históricas e irrepetibles. Y cómo no hacer alusión al cariño paternalista del sacerdote Manolo Soria, siempre entregado a la mirada de la Madre del Soberano Poder. Y permitidme una mención especial al joven que consigue que todo aquel que se le acerque acabe siendo un poquito más “reglero”, un joven que sé que anhelaba verme hoy aquí, Antonio Jesús Cantos, quien con la tinta del cariño escribe cada día su auténtica Exaltación a la Señora. Y miles y miles de nombres que podríamos decir aquí, como el de Fernando Vargas, el de Juli y su “Rinconcito de San Andrés”, el de los hermanos Diego y Juan Pacheco, el de ese buen fraile que es Florencio Fernández, el del capiller Jesús Morales… Y tantísimos otros, aunque hace escasas semanas, alguien partió hacia su definitivo encuentro con Ella… Sé que Claudia sigue buscándolo, pero quizás sea aún demasiado pequeña para entender que a su abuelo lo sentirá siempre cerca cuando contemple los ojos de su Virgen…

Con silencio y discreción
rezaba siempre en su esquina,
regocijada rutina
de ensalzar su advocación.

Escuchaba al corazón,
con la esbeltez cristalina
de esa loa vespertina
cantada con convicción.

María ya lo ha acogido,
con la Regla de su espiga,
en su celeste heredad.

Y por ello a Dios le pido
que Julio Jiménez siga
velando por su Hermandad.

V. ¡No tengáis miedo!

Sigue pareciendo una utopía, una auténtica odisea, pero lo cierto y verdad es que aquello sucedió. Quizás cabría evocar aquel grito atronador y perentorio que, desde un balcón abierto al pueblo de Dios en la romana Plaza de San Pedro, lanzó al cielo Karol Wojtyla aquel lejano 16 de octubre de 1978: “¡No tengáis miedo!”. Esta frase fue, de manera irrefutable, el himno de lucha del beato Juan Pablo II, el Papa de la eterna y amplia sonrisa. Han discurrido, con la misma velocidad que para los ojos de un niño, los meses y parece que todo aconteció hace ya tanto tiempo…

El 13 de marzo de 2011 es un día que ha de quedarse marcado a hierro ardiente en la piel enfervorizada de los cofrades panaderos. Aquella lluviosa tarde de domingo cuaresmal, recalaba a los pies del Señor del Soberano Poder la dádiva que aquel Pontífice entregó a los jóvenes en 1984, Año Santo de la Redención: una gran cruz que fue concebida para que ésta fuese llevada por el mundo como signo del divino amor de Jesucristo, una cruz, “la de los jóvenes”, que ha pisado los cinco continentes, y hasta aquí fue traída para que toda la juventud se aglutinase en torno a Ti, Señora, Embajadora de nuestro credo.

Empezaba ahí la taxativa cuenta atrás para emprender, “Firmes en la Fe”, aquella inimaginable aventura: rumbo a Madrid con María Santísima de Regla para estar presente en el Vía Crucis de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Aquel inolvidable 19 de agosto, cruzaba la Virgen bajo palio el dintel de la madrileña Iglesia del Carmen, buscando inmediatamente por un inédito e irrepetible recorrido la Puerta del Sol para enfilar la ancha y larguísima calle de Alcalá. El astro rey filtraba sus rayos entre las bambalinas y varales para darle los buenos días, a la par que la brisa mañanera empujaba a la Divina Panadera de Sevilla para conducirla sutilmente a las inmediaciones del Paseo de Recoletos. Y cual paloma que dócil se posa en la rama de un árbol, los cuatro zancos del paso arriaron frente por frente a la fastuosidad marmórea de la diosa frigia Cibeles.

A la caída de la tarde iba a tener lugar el célebre acontecimiento: Su Santidad Benedicto XVI transitaba por delante del palio de Regla, y frente a Ella, el Papa presidiría el piadoso ejercicio. E inolvidable será para siempre aquella oración a la Virgen redactada por las Hermanas de la Cruz y a la que puso voz el Santo Padre: “(…) Te acompañamos en tu soledad y te ofrecemos nuestra compañía para seguir sosteniendo el dolor de tantos hermanos nuestros que completan en su carne lo que falta a la pasión de Cristo, por su cuerpo, que es la Iglesia (…)”.

Y comenzaba el regreso al templo de la calle de la Salud, saliendo de Cibeles a los sones de la composición que conmemora su coronación para retomar de nuevo la calle Alcalá… Y entremezclándose con las notas musicales de las marchas, brotaban espontáneos los gritos de aquellos jóvenes que ensalzaban y piropeaban a la Virgen al estilo de nuestra tierra, diciéndole “¡Guapa!” y proclamando diversos vivas, como aquel “¡Viva la Panadera de Sevilla!”. Al alcanzar otra vez la comitiva la mítica Puerta del Sol, la interpretación de “La Madrugá” invadía el silencio que se hizo en aquel momento… y seguidamente, la “Salve a la Virgen de la Salud”, donde los hermanos de San Gonzalo allí congregados cantamos la letra de esta plegaria a la Señora de Regla. A partir de este instante, la gran masificación pasó a ser plenamente una bulla sevillana, haciendo más especiales aquellos minutos hasta que vuestra amantísima Titular retornaba a su sede madrileña a las dos y media de la madrugada.

Cofrades panaderos, hicisteis honor al grito antes rememorado de Juan Pablo II, porque no tuvisteis miedo, y con aquel clamor, lanzasteis a los jóvenes el mensaje más rotundo: ¡No tengáis miedo a abrir de par en par las puertas a Cristo! ¡No tengáis miedo, que Santa María nos cobija a todos bajo su manto! ¡No tengáis miedo, porque la Madre de Aquel que dejó prenderse en el Huerto de los Olivos siempre estuvo al pie de la cruz!

No tengáis miedo jamás
cuando os halléis a su vera,
porque en Ella encontraréis
a esa Madre que consuela
a todo aquel que la quiere
y que a sus plantas se acerca
para pedirle en voz baja
–mientras el alma le reza–
la ilusión y la alegría
que confirman la certeza
de que Dios está presente
en la divina realeza
de esta Virgen tan hermosa,
pues con su amparo nos llena
de dicha y felicidad
al apreciar su grandeza.
Jóvenes, no tengáis miedo,
id buscando la belleza
que habita en el tierno rostro
de esta gentil Niña hebrea,
que también es sevillana,
para encontrar las respuestas
a las miles de preguntas
que embargan nuestra existencia
en el discurrir del tiempo,
pues con su luz nos entrega
la protección más segura
para esa paz que sustenta
nuestras labores, anhelos
y toda la vida entera.

Rogad a Santa María
que no perdamos las fuerzas
para seguir trabajando
por la fe de nuestra Iglesia,
abrazando así la cruz
tal y como hizo Ella
al quedarse en el Calvario
hasta la hora más cruenta
de esa muerte tan injusta
que resquebrajó la tierra.

No tengáis miedo jamás,
porque María es la puerta
que nos conduce a la gloria
al morir la penitencia,
porque a su lado no existen
desazones ni tristezas,
y es que por la calle Orfila
la juventud se encomienda
ante esta Madre bendita
que recibe como ofrenda
esta devoción profunda
que fluye por las arterias
al venerarla Sevilla
con su estirpe cofradiera.

Jóvenes, no tengáis miedo,
que en María se refleja
la esperanza más sublime
de su gracia verdadera,
porque en su pecho florece
el cariño que renueva
toda nuestra confianza
en esta Mujer perfecta,
y al gozar de su mirada
nuestras almas se embelesan
cuando contemplan, calladas,
la inmaculada bandera
que en el aire está ondeando
al proclamar, con firmeza,
que la Virgen nos protege
cuando con Ella se sueña.

Llega hasta su humilde altar
un joven que le confiesa
sus miserias y pecados
para alcanzar la pureza
que desprende por su cuerpo
cuando el corazón le reza,
un joven que así la mira
porque sabe que es la Reina
de esos jóvenes cristianos
que tanto amor le profesan,
y hasta aquí yo se lo traigo
a nuestra Virgen de Regla.

VI. Madre del Soberano Poder

Ego sum Panis vivus”. No existe verdad más fidedigna que ésta. Acertado, magnífico y ajustado resumen elocuente de nuestro credo. Esta es nuestra fe, en esta afirmación reside nuestro dogma. Y así es como nos recibe cada día el Señor del Soberano Poder, manso Cordero de Dios, humilde, entregándonos su paz, casi despojando el pecho para divisar el amor que arde entre las llamas de los cirios por el crepitar de los pabilos más pulcros.

Al atravesar esa barrera que nos saca del mundo terrenal para penetrar en la sagrada estancia de este mesurado recinto, admirándose la llaneza del retablo que preside la capilla, en su parte superior se refleja la certera evidencia de nuestras creencias: “Yo soy el Pan vivo”.

Con habitualidad, el altar mayor lo ocupa la misericordia infinita de este Cristo, a cuya izquierda aparece el discípulo amado, mientras que a su diestra se ubica la Madre, aquella a la que rezamos en su plegaria reconociendo que su vientre es un “Horno con fuego de amores, / donde el pan se fue dorando”. La Virgen de Regla, por tanto, no es panadera solamente porque este gremio la distinguiese en 1955 como patrona del mismo, sino que lo es, sobre todo, porque Ella es el primer sagrario del mundo, y en su seno germinó la Hostia de la vida eterna, pan ácimo que se consagra en la mesa común de la Eucaristía, alimento que nos une en un mismo banquete.

María Santísima de Regla, eres el templo de Nuestro Padre Jesús del Soberano Poder en su Prendimiento, porque eres la clausura que quiso elegir el Señor para iniciar su vida humana, y con Cristo gozamos de la maravilla de sabernos a todos nosotros de tu mismo amor, porque eres nuestra Madre, y como sagrario viviente que eres, resulta imposible dudar que fueses concebida pura y limpia del pecado original. Por eso, cuando tiene lugar la transustanciación, fijas atentamente tu mirada, Señora de Regla, en las manos del sacerdote, y al recibir en la comunión el Cuerpo de Cristo, el Pan de Vida, el Pan de la Palabra que hemos de creer, nos sabe algo también a la pureza de tu ser.

Se hornea el pan en tu seno,
nace en Ti la Eucaristía,
y Dios mismo se sentía
en tu vientre nazareno.

Fortaleza, honor, poder
y bendición al amor
de los amores, loor
para cantar al Saber.

A Ti acudimos, Señora,
buscando el puro alimento
que del alma es su sustento,
la Hostia que en Ti se dora.

Es tu entraña el santuario
en el que vino a nacer
el Soberano Poder
con la luz de tu sagrario.

Siempre discreta y callada,
en silencio se alboroza
esa devoción que goza
de tu maternal morada.

Tabernáculo divino
de la fe de nuestra tierra,
tu puerta nunca se cierra
para darnos pan y vino.

En tu pecho virginal
late a compás la dulzura,
dando Jesús su mesura
a ese fin sacramental.

Virgen sagrada María,
Regla de toda bondad,
sé el ejemplo de fieldad
a ese amor que en Ti confía.

Danos el néctar bendito
que brota siempre impoluto
en el magnánimo fruto
de tu cariño infinito.

Universal Medianera,
como Tú nunca habrá dos,
ya que eres para Dios
su celestial Panadera.

VII. La espiga de su mano

En la quietud sosegada de nuestras oraciones, casi sin musitar palabra alguna a través de nuestros temblorosos labios, contemplamos ensimismados a Santa María, y mientras el alma le canta íntimamente una salve, la mirada observa miles de detalles según la advocación o la iconografía de la Señora: varas de nardos para Aquella por la que reinan los Reyes, tintineos de Rosarios o cuentas de cera en velas rizadas para María en Monte-Sión y en San Pablo, la fuente de la vida con mi Virgen de la Salud en San Gonzalo, la luna con las puntas hacia abajo a sus pies y sobre la bola del mundo para la Pura y Limpia, un barco de velas para la Madre de Consolación, sombrero y cayado para mi Divina Pastora a la sombra de un granado, retama de Hiniesta para una sonrisa gótica en San Julián, las mariquillas de la Esperanza Macarena, el corazón alado que se posa en la mano de la Virgen del Amparo, rama de olivo para la Reina de la Paz, escapulario para la Virgen del Carmen, el Lignum Crucis que porta la Estrella, ramillete de azahar para mi Esperanza de la Trinidad, un sol naciente de expectación para la Divina Enfermera, el madroño de la Virgen de la Cabeza, el vuelo del Plus Ultra junto a la serenidad de Loreto, un salvavidas en el puerto seguro de las manos de mi Esperanza de Triana… Todos estos símbolos poseen un significado o guardan tras de sí una historia o, incluso, alguna leyenda.

Admirad, pues, la espiga de trigo que María Santísima de Regla bendice con la mansedumbre de su mirada. Como acabamos de manifestar, Ella fue el primer sagrario que existió, pero no es casualidad, en absoluto, que la estación de penitencia de su cofradía se efectúe en la noche del Miércoles Santo, porque justo a la jornada siguiente dan comienzo las horas cruciales de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, y en ese día del amor fraterno, Dios instituyó la Eucaristía, pero horas antes del Jueves Santo, la Virgen de Regla cubre un itinerario para dejarlo todo preparado en el monumento catedralicio. Por ello, quisiera ahora recordar al eximio poeta Antonio Machado cuando éste iba “soñando caminos” en sus versos, pues evocaba aquel cantar que decía: “Aguda espina dorada, / quién te pudiera sentir / en el corazón clavada”. Sin embargo, cuando yo sueño Contigo, Señora bendita de Regla, cambio la espina de dicho cantar por la espiga de tu mano, y asido a ella, hacemos este lírico recorrido.

Quedan aún varios meses
pero ya lo sueña el alma,
sueña con aquella noche
de mitad de una semana,
sueña con la luna llena
de una pasión sacrosanta,
sueña con los nazarenos
de cardenalicia capa,
sueña con la luz que brota
en candeleros de plata,
sueña con la doble cruz
que se funde en cera blanca,
sueña con la pulcritud
del amor y de la gracia,
sueña con ese martillo
que hace volar a sus andas,
sueña con un palio rojo
para la Madre más guapa,
y sueña con ese emblema
con que parafraseaba
estos versos del poeta:
“Aguda espiga dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada”.

Noche del Miércoles Santo,
por la calle estrecha avanza
Santa María de Regla,
prendiendo con su mirada
a tantos buenos devotos
que acuden para encontrarla
con el gozo que reparte
al derrochar su esperanza,
porque la Virgen bendita
sale otra vez de su casa
para ofrecer su ternura
con el fervor que derrama
al caminar por Sevilla,
mientras brotan las plegarias
que van del pecho a la boca
con la convicción tan clara
de una firme devoción
a esa carita aniñada,
aunque todo se resume
en la enseña que se halla
muy cerca de su tocado:
“Aguda espiga dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada”.

Viene la Virgen de Regla
recogiendo la alabanza
que le brinda todo un pueblo
a través de las gargantas,
una urbe muy antigua
que no oculta que la ama
cuando en Lasso de la Vega
va buscando la Campana,
y ese amor lo ratifica
en la densa madrugada
ese excelso campanario
como es nuestra Giralda,
y la Reina panadera,
con sus aires de bonanza,
arriba a la Catedral
en cada Semana Santa,
entregando el atributo
que en su mano izquierda guarda,
ese ingrediente divino
para la Hostia sagrada
del altar del Jueves Santo:
“Aguda espiga dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada”.

Las estrellas se reflejan
en ese rostro de nácar
por cuyas mejillas surcan
sólo dos pequeñas lágrimas,
y al girar hacia Alemanes
se rendirá ante sus plantas
el amor de todo un pueblo
que, con orgullo y con casta,
la acompaña al Salvador,
esa añeja y noble plaza
por donde el olor a pan
latía por sus espaldas,
en aquellos viejos puestos
donde vendían la hogaza
que alimentaba a familias,
como nutre nuestra alma
el cereal consagrado
con la luz inmaculada
que irradia Santa María,
Señora de Regla amada,
sobre el signo de su mano:
“Aguda espiga dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada”.

Vibra Dios en el sagrario,
pues en esa noche larga
la Divina Panadera
deja el trigo del que emana
ese fruto eucarístico
en la seo sevillana,
por eso vuelve feliz
–con la paz en sus entrañas–
a su capilla en Orfila,
anunciando su espadaña,
otra vez, la buena nueva,
que su Hijo nos regala
libertad para la vida,
porque aquí la fe es quien manda,
con la Regla de un amor
que despliega con sus alas
la devoción más profunda
al Sacramento que salva
a los hombres del pecado,
y estos versos lo proclaman
casi evocando a Machado:
“Aguda espiga dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada”. 

VIII. A Ti me entrego

Un clavel y un cirio. Un nazareno ausente de la ciudad recibió en su momento ambos elementos al rememorar la nostalgia de un Miércoles Santo. Aquella persona era Enrique Osborne, quien hace casi seis lustros se ubicaba en este mismo lugar para exaltar, por primera vez en su historia, a esta misma dolorosa que llevó en su cintura aquel clavel, y cuyo rostro fue iluminado en la noche, entre otros, por aquel cirio.

En mi caso, no quiero cirios ni claveles, no soy digno merecedor de tan inigualables presentes. Yo solamente quiero, Señora, quedarme siempre Contigo, y que mi alma sienta el amoroso escalofrío que se produce al gozar de tus caricias.

Divina Panadera de San Andrés, en estos últimos instantes de mi exaltación en tu honor, déjame que te pida por esta Hermandad y por su gente, permíteme rogarte por la buena labor que como cristiano desempeña quien hoy ha sido mi presentador, vecino de mi barrio a quien estimo y aprecio hondamente. También quiero acordarme de mi familia, de mis amigos, de todas las personas que me rodean, y de Sevilla entera… Acógelos siempre bajo tu manto.

Y en lo que a mí respecta, ya lo sabes, solamente permíteme vivir intensamente tus próximos cultos, tanto tu triduo como tu besamano. No obstante, sí hay tres regalos que Tú me hiciste la pasada cuaresma: uno de ellos, la designación para estar esta noche junto a Ti, y los otros dos tuvieron lugar concretamente el Miércoles Santo. Se hallaba ya la cofradía en la calle, y abriéndonos paso entre la bulla, quienes me acompañaban y un servidor pudimos llegar milagrosamente a la Plaza de San Andrés, y en la lejanía sentimos el estremecedor rugido clamoroso de las ovaciones que anunciaban que el misterio del Señor del Soberano Poder ya había cruzado el dintel de esta capilla. Pasó el barco vigoroso por delante de nosotros con el revuelo de esas golondrinas que surcan a través de los brazos de los candelabros, y aprovechando el movimiento del gentío, conseguimos ubicarnos en primera fila para verte salir en la distancia. Poco a poco te nos acercaste, y a escasos centímetros de donde nos encontrábamos, quisiste arriar tu paso. Y fue entonces cuando te contemplé deleitándome en el secreto que solamente Tú y yo sabíamos, puesto que mi nombramiento aún no era público. He ahí tu segundo obsequio para conmigo, y finalmente, tras la enérgica “levantá”, te fuiste a los sones de la marcha “La Esperanza de Triana” de Manuel López Farfán. ¿Casualidad o causalidad?

No quiero irme aún de este atril, pero el tiempo y la misión se han cumplido. La voz seguirá renovándose año tras año en esta tribuna, pero antes de abandonar este estrado, déjame que me entregue por entero a Ti, depositando mi corazón a tus plantas.

A Ti me entrego, Señora,
Virgen de Regla bendita,
con el gozo que se agita
cuando tu rostro se dora
junto a la luz que atesora
el calor de un sentimiento
que descubre en un momento
tu belleza sin igual,
porque tu amor maternal
nos impregna de dulzura,
y al contemplar tu cintura
hallaremos a diario
el refulgente sagrario
donde se encarnó en tu ser
el Soberano Poder
de Dios misericordioso,
aquel fruto venturoso
bajado del mismo cielo,
por eso eres consuelo
de las almas abatidas,
porque colmas nuestras vidas
con tu paz omnipotente,
y te tenemos presente
a cada hora del día,
ya que Tú eres, María,
modelo para el cristiano
y el cofrade sevillano,
faro que irradia esperanza
con el sol que a Ti te alcanza,
bálsamo para los males
de los errores sociales,
amapola de los trigos
para ricos y mendigos,
encanto que se destila
cada segundo en Orfila,
alegría de quien reza
ensalzando tu pureza,
y por ello a Ti me entrego,
a la vez que yo te ruego
–desbordado de emociones–
que escuches mis oraciones
cuando acudo hasta tu altar,
y aunque sueñes con el mar
que circunda Chipiona,
Sevilla no te abandona
con sus sueños más sinceros,
acudiendo los luceros
con su más firme estandarte
para siempre proclamarte
Reina de los Panaderos.

He dicho.


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