XXXVI Pregón del Carmen de Santa Catalina

Lunes 12 de julio de 2010
Parroquia de San Román



I. El privilegiado lugar del Niño Jesús

Ojalá pudiese encontrarme en tu lugar, porque tu situación es sanamente envidiable, pues te asientas en esa atalaya desde la que contemplas la panorámica de ese amor que se eleva ante la pulcra serenidad de la belleza más perfecta, aquella ante la que el alma se rinde para acogerse a la lozana placidez de una sonrisa. Andas inquieto todo el día, a cualquier instante, cometiendo inocentes travesuras que provocan que el mundo centre su atención en tu figura, mientras jugueteas con todo aquello que se halle cerca de tus manos.

Sé que disfrutas observando picaronamente a quien te mira, porque no hay nadie que no desee acomodarse en tu privilegiada ubicación, y sentir el afable pulso del corazón más impoluto que existe, conmoviéndose el sentimiento ante la seguridad de la protección más imperturbable. Qué suerte tienes por estar donde Tú estás, por percibir constantemente el fresco aroma que se desprende de esos rizados cabellos que tanto te gustan, mientras señalas con tu diestra el camino directo hacia el cariño más noble.

Acurrucado con delicia en el más sublime de los altares, divisas el auténtico fervor que brota a borbotones ante el celestial primor del perfil más lindo que se conozca sobre la faz de la tierra, y cada vez que te apetezca, la fortuna te brindó la oportunidad de poder acariciar con tus dedos la sonrosada piel de ese rostro en el que se hace patente la pureza más genuina y más soberana, aunque igualmente trasteas con los broches, las pulseras, las medallas, los collares y los pendientes que engalanan la guapura de aquel suave semblante alejado del mundanal quebranto.

Déjame algún huequecito, pequeño Niño Jesús, en ese brazo izquierdo de Nuestra Señora del Carmen, porque anhelo respirar las brisas marineras que colman al espíritu de rotundo marianismo ante Ella. Permíteme, Dios chiquitito, gozar de la tremenda bondad de la Santísima Virgen para descubrir en sus ojos la luz que guía, cual alto faro que permanece encendido entre tinieblas, a este pueblo que navega en el inmenso océano de la devoción carmelita, esperando alcanzar eternamente la orilla tranquila de la playa que besan las olas.

A este templo de San Román arribo con mi barca, trayendo en ella la poesía que hoy quiero regalarle a tu Madre, a mi Madre, a nuestra Madre… Por ello, concédeme Tú, Señor, el beneplácito para proclamar con mi desmañado verbo la alegría que siente Sevilla porque otro año más, la que es Estrella de los mares y Fénix de hermosura, saldrá a pasear por las calles de la vieja collación de Santa Catalina para repartir la bendición de su sagrado escapulario.

Dame, Jesús, el permiso
para abrir mi corazón,
proclamando este pregón
con el firme compromiso
de anunciar con este aviso
que otra vez regresa el día
de cantar la letanía
de esa salve marinera
con la fe más verdadera
para la Virgen María.

Acudiendo a su presencia,
traigo el verso emocionado
del jardín mejor regado
con el mar de la atrevencia,
porque inunda mi conciencia
con el agua cristalina
de su dulzura divina,
descubriendo en su mirada
la más clara y anhelada
luz de Santa Catalina.

Mis rimas convierto en flores
para adornar este altar
donde vienen a rezar
los cristianos pecadores
cuando vuelven los calores
que dominan el verano,
y con su afecto cercano,
la Virgen del Carmen llega
con ese amor que navega
por el pueblo sevillano.

II. Mi primer recuerdo tuyo

Reverendo Padre,
Sr. Concejal del Excmo. Ayuntamiento de Sevilla,
Sra. Hermana Mayor y Junta de Gobierno
de la Hermandad del Carmen y el Rosario de Santa Catalina,
Sr. Vicepresidente y miembros de la
Junta Superior del Consejo General de Hermandades y Cofradías,
Excmas. e Ilmas. Autoridades,
Sr. Pregonero de las Glorias,
Representaciones de las Hermandades presentes,
Señoras y Señores.

Casi sin salir de su asombro, el pregonero se disponía a trazar las principales líneas de su disertación mas sin terminarse de creer todavía que había sido requerido para estar ocupando este atril por el que han pasado tantos experimentados cofrades y escritores que se siente empequeñecido ante este hecho que le abruma. Consciente de la gran responsabilidad que significa pronunciar en esta ciudad el Pregón de la Virgen del Carmen de la Iglesia de Santa Catalina, este que hoy os habla se acogió a la apacibilidad de su Esperanza de la Trinidad, ante la que recibió el sugestivo encargo que en esta noche viene a cumplir.

Difícil es encontrar el modo con el que manifestar su congratulación por este nombramiento a la Hermana Mayor, Dominga Collado, quien ha dejado para su Hermandad los años más intensos de su vida y alentada siempre desde el palco de la gloria por el incondicional apoyo de aquel a quien tanto quiso, siendo el mejor lenitivo que ha tenido para no desfallecer en su cometido. Todo este desbordamiento de gratitud se extiende a toda la junta de gobierno, y en especial a Teófilo Manzano, Manuel Guijarro y Pilar Delgado, quienes guiados por el aprecio de la amistad han querido hacer realidad este sueño. Gracias a todas aquellas personas que le honran con su aprecio y confianza, porque ellos también le han conducido para llegar hoy a este balcón privilegiado desde donde admirar la belleza de la Virgen del Carmen. Y un agradecimiento afectuoso a su presentador, Pedro Orozco, por haber trazado el perfil de su persona de tal manera que parezca que cuenta con los méritos necesarios para ser pregonero de Ella, cuando realmente no dispone de ninguno, aunque el simple atrevimiento a negarse a realizar este servicio sería negárselo, así mismo, a nuestra Santa Madre Iglesia.

No dejo de preguntarme, María del Carmen, por qué has querido que hoy acuda ante Ti. Es cierto que para nada me resulta nueva la pericia de alzar mi voz para recitarte la plegaria que llevo escrita a golpe de pluma en mi corazón, pero sabes perfectamente la ilusión que tenía porque pudiese llegar este momento, y sigo pensando que no me lo merezco por el alto honor que supone para un cofrade de esta urbe acudir hasta tus plantas y convocar a todos a esa cita ineludible que tenemos Contigo cada 16 de julio.


Aún recuerdo, como si fuera ayer, la peculiar forma en la que te conocí. En los años de mi añorada niñez, después de haber acudido en cierta ocasión a la Eucaristía dominical en la parroquia de San Gonzalo, tras extasiarme ante el rostro inmaculado de mi querida y amada Virgen de la Salud, aparecía a un lado de la puerta el cartel con el que por aquel entonces se citaba a tus cultos, y cuya pintura sigue empleándose actualmente en el adhesivo que se coloca sobre el pecho en la prenda de las distintas personas que acuden hasta Ti la jornada de tu festividad.

Había escuchado en más de una ocasión que en Sevilla había una Hermandad de Gloria que procesionaba a su titular en ese prodigioso altar itinerante que es un paso de palio, casi similar a los que salen en Semana Santa, pero con la particularidad de contar con un llamativo número de varales, pues como decía el poeta Joaquín Caro Romero, “Diez varales nada más, / que entre diez varales cabe / la que transporta la llave / del cielo donde Ella está”, y con los años pude darme cuenta, Virgen del Carmen, que en mi alma estaba precisamente la cerradura con la que abriste esa puerta que me condujo a la bendita condena de vivir cada día enamorado de tu finísima carita de nácar.

Mi devoción a tu carmelitana bienaventuranza se estrenó aquel mediodía de domingo en el que admiré la convocatoria de tu procesión, esa que a pesar de las elevadas temperaturas propias de la estación veraniega, refresca nuestros sentires con el son de esas bambalinas que abanican mediante su movimiento a toda la bulla que se concentra ante tus andas.

Contemplando aquel cartel
que anunciaba tu salida,
te introdujiste en mi vida
erizándome la piel
con la fe más sostenida.

Apareció tu silueta
sobre esa blanca pared,
reflejando pizpireta
la algazara más repleta
que se acoge a tu merced.

Observando la pintura
que plasmaba tu figura,
sentía aquella mañana
esa agradable frescura
de tu gloria sevillana.

Una honda sensación
recorrió todo mi ser,
surgiendo así la intención
para poder ir a ver
tu bendita procesión.

Me contaron en mi infancia,
cual secreto misterioso,
que por julio un palio airoso
rompía toda distancia
con su embate vigoroso.

Aquel cartel me ofreció
la dicha de conocerte,
pues a mi alma incitó
para empezar a quererte
con la paz que allí brotó.

Yo vine a verte, Señora,
con mi infantil inocencia,
y tu luz corredentora
me guió desde esa hora
para gozar de tu esencia.

Fueron pasando los años
desde aquel descubrimiento
que me inundó de contento,
aliviando desengaños
en mi noble sentimiento.

Me dejaste cautivado
en tu belleza aniñada,
viviendo ahora prendado
de ese cariño cuidado
por tu gracia derramada.

Bríndame tu cercanía,
Virgencita del Carmelo,
y sienta al fin tu alegría
con la suave melodía
que resuena desde el cielo.

III. El escapulario

Acogido a la salvaguarda del escapulario del Carmen, aflora en mis pulmones la emoción más sentida por encontrarme tan cerca de Ella, y casi susurrarle al oído todos los piropos contenidos en la sensibilidad del alma, reuniéndolos en ese modesto ramillete que quiero regalarle a la Virgen a través de mi balbuciente palabra.

En este instante, en el que hasta me avergüenzo por posicionarme a la vera de esta Reina de Santa Catalina al no ser digno acreedor de tanta distinción, imagino aquellos intensos momentos en los que aquel hombre de enredada barba blanquecina, silueta esbelta, canosa cabellera y revestido su cuerpo con el hábito de la orden religiosa mediante la cual ofrecía toda la predisposición de su servicio a Dios, se hincaba de rodillas a las plantas de María para recibir de sus manos el pequeño fragmento de esa tela marrón, en apariencia insignificante, pero que salvaría de padecer el fuego eterno a todos quienes fallezcan con él.

Han transcurrido 759 años desde aquella entrega, y el tiempo no ha podido hacer estragos en la relevancia que posee el bendito escapulario, pues así lo atestigua la encomiable labor que realizó San Simón Stock, el monje que precisamente el 16 de julio del año 1251 vio bajar desde las bóvedas celestes a la mismísima Madre del Verbo encarnado escoltada por serafines y querubines, siendo este santo el primer pregonero indiscutible de Nuestra Soberana Señora del Carmen al haberle sido confiado a su persona el preciado símbolo que pone siempre de manifiesto la más auténtica devoción carmelitana.

El escapulario, según el Concilio Vaticano II, es “un signo sagrado según el modelo de los sacramentos, por medio del cual se significan efectos sobre todo espirituales, que se obtienen por la intercesión de la Iglesia”, y que llegada la hora de dormir en el sueño de la esperanza de la resurrección, la Virgen otorga en ese tránsito de la vida a la muerte la gracia de la perseverancia en el estado de justicia si se está en él, o por el contrario, la gracia de la conversión y de la persistencia final.

El desierto de la incomprensión es amplio y difuso, y en la lobreguez de las horas, mi rumbo se desorienta hasta vislumbrar esa brújula cuya aguja marca la senda hacia ese norte estelar donde todo tiene siempre sentido.

En la noche de los tiempos,
con el pulso acelerado,
voy buscando tu camino
aunque me sienta agotado,
alicaído, sin fuerzas
para que yo siga andando
con todos mis sueños rotos,
mientras me ahogo en el llanto
de la triste pesadumbre
sin hallar ningún amparo.

Virgen bendita del Carmen,
con mi cuerpo lacerado
quiero rogarte sosiego,
porque me siento humillado
ante las penas de un mundo
que anhela ver en tus manos
el gozo para la vida
y el perdón de sus pecados,
por eso, Santa María,
con el dolor más amargo
y la angustia más aciaga,
ven a salvarme en tu barco
navegando con ternura
sobre los mares más anchos.

Voy caminando perdido
por un trayecto muy largo,
y siempre espero encontrar
ese resplandor dorado
que por fin me orientará
para acabar a tu lado,
descubriendo la verdad
en el calor de tus labios
y la luz que a Ti me guía
en el brillo de ese palio
que cruzará por mi alma
con tu amor extraordinario.

Mujer pura e inmaculada
que sufriste en el Calvario
esa muerte de tu Hijo
como error de los humanos,
Reina del Monte Carmelo
que siempre dejas tus brazos
en esa postura abierta
para poder consolarnos,
dame Tú toda la calma
de ese cariño sagrado
con el que quiero sentirme
bastante reconfortado
en la gracia esplendorosa
de tu rostro sevillano.

Dale tu aliento a mi espíritu
porque te llega cansado,
y cuando mire a tus ojos
sólo quiero haber hallado
la confianza que llena
mi corazón solitario
con ese fruto abundante,
y recibir de tus manos
la protección más sublime
de tu santo escapulario.

IV. Un Rosario carmelita

Entre los dedos regordetes y diminutos del Divino Infante de la Virgen del Carmen, pasan las cuentas de un Rosario con el que Jesús ofrece a María la íntima y particular jaculatoria con la que ensalzarla como Madre del Amor Universal y Medianera de Todas las Gracias.

Desde hacía décadas, la mezcolanza se dibujaba en la leve y casi intuida sonrisa de la Reina del Rosario, histórica devoción que alcanzó tal grado de esplendor en centurias anteriores –gracias a la desmedida entrega de sus feligreses– que la imagen hubo de ser reconocida como majestuosa patrona de la antigua collación de Santa Catalina.

Mis retinas retienen en esa memoria visual del recuerdo la estampa de aquella Virgen erguida, tan deliciosamente preciosa, que, tras la cancela de la capilla bautismal de su iglesia, aguardaba sueños de altos candelabros cimbreantes que quebrasen con la luz que mane de los guardabrisas la oscuridad de la tarde novembrina, feneciendo aquélla con adelanto debido a que la noche desplegaba con prontitud sus alas para cubrir con su velo esos mismos cielos que perdimos en el otoño de la vida.

Sin duda alguna, esta es la fuerza que engrandece a las Glorias de nuestra ciudad, el estímulo que incita a estas corporaciones letíficas para seguir luchando por el mantenimiento de un tesoro auténticamente vivo y que nos legaron nuestros antepasados, dejándose la piel en esa encomiable tarea en la que el sacrificio superaba las fronteras del tiempo y del dinero.

Qué suerte más envidiable la de esta Hermandad, teniendo sus cofrades al alcance de la mano dos de los signos de ardiente celo mariano más extendidos por el mundo: el escapulario del Carmen y el santo Rosario, “milagro de fundir dos devociones en un mismo hogar” como dijese el poeta Antonio Muñoz Maestre. Ser hermano de esta cofradía casi debería suponer adquirir la indulgencia plenaria ante tanta veneración profundamente sincera y agradecida a la gloria de la Madre de Dios. Aquí se descubre ante nuestra atención un Rosario claramente carmelita.

Habita la quietud en tu semblante
con el sol que se duerme entre tus manos,
Rosario de misterios soberanos
que al alma Tú mantienes suplicante.

Callada permaneces en tu altar
oyendo la oración de quien te quiere,
a la par que el silencio se nos muere
si viene un corazón para rezar.

Noviembre ya se esconde en tu mirada
palpándose los aires otoñales,
aliviando tus cuentas esos males
que a la vida nos deja trastornada. 

A Ti, Virgen sagrada, te rogamos
la esperanza que inunda esa ilusión
que anhela, al fin, sentir la bendición
de aquel “Ave María” que cantamos.

Señora del Rosario tan mocita,
suspiro que al creyente reconforta,
la inspiración se queda siempre absorta
en la fe de tu gente carmelita.

Sevilla ante tu cara se emociona
y toma tu modelo como ejemplo,
por ello acude presta hasta este templo
de cuya collación eres patrona.

Que nadie te reniegue o te rechace,
que no se atreva nunca ningún hombre
a ensuciar la pureza de tu nombre
puesto que no sabría lo que hace.

El amor de tus hijos se te inclina,
y sin jamás dejarte de alabar,
el pueblo entero espera proclamar
tu Rosario por Santa Catalina.

V. Una Hermandad acogedora

Una gélida atardecida de enero, hace ya poco más de una década, dos chiquillos iban descubriendo las Glorias de Sevilla recorriendo adoquinadas y desconchadas callejas para visitar diferentes capillas y parroquias. La cuaresma estaba próxima, pero ni tan siquiera la cercanía de dicho periodo les hacía distraer su atención de aquello en lo que pretendían profundizar su conocimiento como cofrades. Ese día, uno de los dos jóvenes adolescentes le iba a mostrar al otro un rincón especial en el que se reunía un grupo de personas que convivía fraternalmente, teniendo todas ellas como denominador común la misma veneración hacia una graciosa y encantadora Virgencita que expresa en sus facciones una aniñada ingenuidad teñida de inocencia.

Dentro de una antigua casa, en un local ubicado debajo de las escaleras que conducen a cada una de las viviendas del edificio, se abría ante los ojos de aquel muchacho un mundo cautivador y de sabor singular. Era una reducida estancia de rústica esencia, pero en ella se degustaba un ambiente tremendamente acogedor. Aquel mozuelo estaba acercándose por primera vez en su vida, no ya a la Virgen, sino a la Hermandad del Carmen de Santa Catalina propiamente dicha, a la que arribó de la mano de Francisco Javier Segura, quien el pasado año cantase en la Catedral a las corporaciones letíficas en su exquisito e intenso Pregón de las Glorias. 

A partir de entonces, comenzó a forjarse una especial amistad con ese “puñado de gente sencilla y esforzada”, tal y como diría mi maestro Enrique Barrero Rodríguez, trabajando de manera afanosa para regalarle al vecindario la satisfacción de disfrutar cada año en julio de los cultos y la procesión de la Virgen del Carmen. Sin duda, son personas entrañables que mantienen siempre abiertas las puertas de su domicilio para recibir con agrado a todo aquél que se les acerque. ¿Qué menos se puede esperar de ellos si cuando te designan pregonero del Carmen, en lugar de confirmarte por escrito el nombramiento, te agradecen que hayas aceptado la proposición? ¡Agradecido debe estar el nominado, en todo caso, por la confiabilidad depositada sobre sus hombros!

Muchas son las vivencias que he compartido junto a los hermanos del Carmen en sus dependencias, siendo numerosos los viernes que he pasado por esa mágica esquina de Gerona con Doña María Coronel, y al percatarme de la claridad que se filtraba por los ventanales como signo de la concurrencia existente entre aquellas paredes, no he resistido la tentación de entrar para departir con ellos en un cordialísimo rato de convivencia. Pero si hay algo que siempre haya llamado mi atención en aquella Casa de Hermandad, es el cuadro de mi Esperanza de Triana en una instantánea captada a principios de los años setenta.

¿Por qué está la Esperanza manifestada en ese diminuto recinto? No lo sé, aunque en absoluto pienso que sea una casualidad, sino más bien una causalidad, porque imagino que en esa tez morena queda anclado el patrocinio inviolable de la gracia marinera que reparte su piedad entre las almas cautivas en el sofocante fuego del Purgatorio. 

En el Carmen se presiente
toda la marinería
de aquella fotografía
que jamás ha estado ausente
en la casa de esta gente
que proclama tu alabanza,
faro de buena bonanza
que te alzas junto al río,
alentando el desafío
que ilumina tu Esperanza.

La magnificencia de una Hermandad de Gloria radica en la modesta llaneza y humanidad de quienes la integran, teniéndose como fin principal el servicio a los demás a través del engrandecimiento de la que es la devoción de sus amores. Así me lo enseñaron y así lo asimilé a los pies de mi Divina Pastora, la que atiende todas las súplicas y ruegos de quienes mejor saben quererla y honrarla en su preservada capilla de la Parroquia de la Señora Santa Ana, compartiendo vecindad, precisamente, con aquella Muchacha del Monte Carmelo cuya raíz saciaba la sed de su beldad al refrescarse con las aguas del Guadalquivir.

Desde aquel disimulado y bucólico aprisco trianero, guiado constantemente por el cayado que mi Reina gloriosa porta en su mano izquierda, acudo ante vosotros para exteriorizarle a Nuestra Señora del Carmen la colosal dicha que siente este joven pastoreño por poder posicionarse en este estrado para reclamarle a este lucero que con su ascua nos anuncie el sol, sagrario de arcana sapiencia que se transforma en navío de quien ama salvarse.

Mi fe, mis desvelos, mis verdades, mis fuerzas, mi templanza, mi entrega… ¡Todo! Todo lo fundí hace un año, sin haberlo supuesto previamente ni pretendido, en los candeleros del paso de esta divina marinera, gracias siempre a la generosidad y al afecto de esta gente buena que abre sus brazos a todo aquel que va en busca del consuelo de la Virgen.

Una tarde veraniega
me acerqué hasta San Román,
sin ir buscando otro afán
que el de esa firme fe ciega
en la que el alma se anega
de torrentes celestiales,
brotando siempre a raudales
la devoción carmelita
con la dulzura infinita
que sostienen diez varales.

Ante el retablo mayor,
la Señora ya aguardaba
esa gloria que esperaba
envuelta por el calor
del más certero fervor,
mientras toda la Hermandad
mostraba con mansedad
esa ilusión por fundir
cirios que harían lucir
tan virginal majestad.

Las horas fueron pasando
por la negrura estrellada
de la densa madrugada,
y el ambiente fue empapando
la cera que iba cuajando
la blanca candelería,
equilibrada armonía
de efímera arquitectura
que ilumina con su altura
la carita de María.

Esa noche de verano
su palio ayudé a montar,
pues quería disfrutar
de este sentir mariano
bajo el cielo sevillano,
hallando en este rincón
la íntima discreción
con la que brota el consuelo
de esta Niña del Carmelo
al rezarle una oración.

VI. Tu nombre, Carmen

En el cotidiano devenir de nuestros días, hay momentos en los que nos sometes a duras pruebas de amor y de confianza, Señora, y sin embargo, difícil resulta salir airoso de estos lances, por eso, en cuanto se da en nuestras vidas un caso así, recurrimos siempre a Ti, Madre del Carmen, y callejeando por el trazado urbano de la ciudad, dejando atrás los ruidos y la contaminación de esta sociedad cada vez más apartada de la senda que hay que seguir, llegamos hasta tu altar, y en él se detiene el tiempo en tu mirada. Muchas son las ocasiones en las que los minutos discurren cadenciosamente en el espacio existente entre el devoto que te ruega piedad y Tú, siempre galante a escuchar nuestras súplicas y ruegos.

Desde hace varios años, Virgencita del Carmen “tan menudita y tan niña”, como te define Carlos López Bravo, has podido ver cómo yo he sido una de esas personas anónimas que, traspasando el umbral de este templo de San Román, acudía hasta a Ti porque eras la única que podías y sabías entenderme, ofreciéndome siempre tu escapulario como pañuelo para llorar en él el dolor de mi quebranto, y purificar así mi espíritu para volver a enfrentarme al mundo, sintiéndome vivificado por la plena gracia tu nombre.


Tu nombre… Carmen… Cuánto significa para este joven que hoy elogia tus excelencias tu nombre, timón que gobierna la nave de nuestra subsistencia, rasgueo de guitarra en un cante por sevillanas, destello que irradia su fuego sobre el pecho, repique que no cesa en la espadaña de su alegría, copla que quiebra en la garganta la voz del espíritu, beso de ángel que apacigua nuestras ansias…


No lo puedo negar, tu nombre resuena en el interior de mi alma haciéndola vibrar y estremecerse ante la sonoridad de las seis letras que lo componen, porque no existe palabra más hermosa que esta con la que te invocan los marinos que zarpan en busca de un desconocido destino en el que anhelan alcanzar la prosperidad. Carmen, nombre con el que fueron recibidas en la Iglesia, a través de las aguas del bautismo, nuestras abuelas, madres, esposas, novias, hermanas o amigas, y con el que serán llamadas nuestras hijas y nietas.

Me enamoré de tu nombre,
Señora nuestra del Carmen,
y cada vez que te miro
mi corazón siempre late
con el ritmo acompasado
de esa alegría que sabe
que en el fondo de tu ser
habita una luz constante
que en mis entrañas enciende
ese ánimo exultante
al observar en tu rostro
tu belleza perdurable.

Me enamoré de tu nombre,
Virgen hermosa del Carmen,
porque en él está ese amor
con que poder consolarme,
y la más limpia frescura
de tu doncellez triunfante,
y al sentir muy cerca mía
tus caricias más amables,
descubro toda la fuerza
de esa devoción radiante
a la que llego en mi barca
cual humilde navegante.

Me enamoré de tu nombre,
estrella blanca del Carmen
que bajaste en una nube
transportada por los ángeles,
mientras en tu honor cantaban
esos coros celestiales
que ensalzaban tu figura
al proclamar tus bondades
con la clara convicción
de que jamás habrá nadie
que niegue sobre la tierra
que Tú seas nuestra Madre.

Me enamoré de tu nombre,
niña bendita del Carmen
que por Santa Catalina
vas impregnándole al aire
el sentimiento más digno
que del interior te sale,
marinera Capitana
que surcas los oleajes
repartiendo tu cariño
a todo aquel que te alabe
cuando se arrima a tus plantas
sin que nunca sea tarde.

Me enamoré de tu nombre,
Reina preciosa del Carmen,
pues con tan solo escucharlo
se alejan las soledades
que pretenden trastocar
los colores del paisaje,
y el río que lo salpica
va recorriendo ese cauce
que desemboca en la gloria
de tu soberana imagen
con la auténtica doctrina
que bombea nuestra sangre.

Me enamoré de tu nombre,
Santa María del Carmen,
y cuando regrese el día
de tenerte por las calles
bajo tu palio de plata,
mis deseos satisfaces
para hacerme muy feliz
con tus gestos maternales,
y por eso hoy te canto,
con la ternura más grande,
el piropo agradecido
de tu más sentida salve.

VII. La Virgen de julio

El solsticio de verano alcanza su plenitud cuando desde la misma noche de las hogueras de San Juan se presiente la cercanía temporal de la onomástica carmelitana. Sevilla dejó atrás los aromas a juncia y romero sobre los que discurrió nada menos que el Cuerpo de Cristo manifestado en su Santísimo Sacramento, alzándose Su Divina Majestad sobre repujadas custodias de plata que llevan a los fieles el rotundo valor de la presencia de Dios.

Caerá la “N” de junio para ser reemplazada por una “L” que se levanta como alto mástil en el que se izan las velas para que arranque esta travesía que nos conduce hasta Ella, hasta esta lindeza cautivadora que con tan sólo contemplarla es capaz de despejar todas nuestras dudas.

Distintas estrellas encenderán con su fulgor el cielo sevillano mientras la luna las llama a cada una según el lugar exacto sobre el que se hallen. A la primera la denominará Calatrava, representándose en la Cruz de su Rodeo más de medio milenio de historia, mientras que otra es invocada con el seguro socorro del Santo Ángel, y las siguientes resplandecen a ambos lados de una muralla romana con temblores macarenos de Esperanza cuando se piensa en San Gil y en San Leandro, y en el puente trianero de los aros más redondos, un enladrillado joyero resguarda del relente a la serena elegancia pictórica de una Niña que esta misma tarde, como hace dos años le ocurriese a Pedro Domínguez, le dio su última bendición al pregonero con la viva emoción que se siente al cruzar las aguas del río más luminoso de España, tal y como lo definió el poeta. Por Omnium Sanctorum, otra estrella permanece triste por tantos odios, rencores y guerras que condicionan al mundo, mas aliviaremos su angustiosa aflicción si adquirimos el compromiso de ir sembrando la Paz de su Hijo y regarla con el mar de sus lágrimas para que nunca deje de florecer el bien.

Y nos encontramos con la última estrella, que por ser la última será la primera en el Reino de los Cielos en bajar hasta nosotros en esta collación de Santa Catalina, la cual aún se lamenta por la oscuridad y la ruina del templo que le da nombre. Y ante Ella, este pregonero, tal y como hiciese el pasado mes de mayo Víctor García-Rayo, regresará al dolor cuando se ubique frente a la mirada de la Virgen, aguantando sin derramar una lágrima, no más, cuando la visitemos en su besamano.

Has bajado de tu altar
sin que nadie lo notara,
y el tiempo ante Ti se para
si tu mano hay que besar.

Deseo tocar tus dedos
y sentir tu protección,
borrando de mi razón
cualquier atisbo de miedos.

Queda sin cetro tu diestra
para darte esa caricia
que destruye la malicia
más caótica y siniestra.

La vida se te embelesa
al verte tan sonriente,
por eso toda la gente
tu pulcra lindura besa.

Dulce mujer sin mancilla,
sé Tu siempre esa esperanza
cuya verdad se afianza
en el Carmen de Sevilla.

Penden del alto campanario de este templo –escoltado por las calles Enladrillada y Sol– las colgaduras que hacen presagiar la inminencia de una fiesta grande. Los vecinos de la feligresía lo saben, por eso ellos mismos revisten sus balcones y engalanan sus ventanas con colchas y mantones que indican la proximidad de un día relevante y magno en el calendario de nuestras devociones más sentidas.

Las largas horas estivales de luz solar culminan en el ocaso de este ecuador del séptimo mes del año mientras, a la par, se le rinde culto a la Flor del Carmelo a través de ese triduo que reúne a los miembros de su Hermandad en torno a Ella, que es “antesala de la gloria y puerta siempre del cielo”, como diría Irene Gallardo.

Otro año más, la víspera será como un dardo que se clava en la piel para enervarla ante la escasez del tiempo que resta hasta el instante en el que se abran las puertas de San Román, y de la iglesia salga la tierna juventud de esta Niña que sonríe al inclinar con levedad la cabeza hacia su derecha, pendiente siempre a las súplicas y demandas de tantos devotos que acudirán a su encuentro en la fecha clave de su festividad litúrgica.

La noche tratará de dulcificar el ambiente con su suave presencia, soplando levemente la brisa para acariciar los sentidos del alma, aunque ésta no deje ya de sentir el calor de la mirada arrebatadora de Nuestra Señora del Carmen.

Va meciéndose tu palio
al son de las bambalinas,
mientras discurren las horas
de una tarde que declina
cuando los pájaros sienten
que el sol casi apenas brilla,
mas la luz se manifiesta
en tu sublime carita,
porque brota de esos ojos
en los que sueña la vida
con la gloria que se esconde
en tu lindura tan fina.

El perfume de las flores,
que de una a otra esquina
exornan todo tu paso
con la fragancia infinita
de tu ser inmaculado,
proclama siempre la dicha
de tenerte por las calles
repartiendo la alegría
que desprenden esos labios
en los que el cariño habita,
pues tu amor sólo florece
cada vez que Tú sonrías
bajo el calor veraniego
de una lenta anochecida.

Ay, Virgencita del Carmen
que por tu barrio caminas
cada 16 de julio
con la devoción bendita
que te profesa tu gente,
aquella que nunca olvida
la felicidad que entregas
a quien más la necesita
ni el gozo que distribuyes
entre las muchas familias
que tu santo nombre invocan
porque sólo en Ti confían.

Por Peñuelas vas buscando
la calle Doña María
Coronel, y sus naranjos
quieren sentir tus caricias
cuando pases junto a ellos,
pues a tu vera suspiran
por aquella primavera
que no estará mortecina
si en la cuna de tus brazos
vuelve a quedarse dormida.

El Palacio de las Dueñas
pone voz a la poesía
que el corazón de este pueblo
ante tus plantas recita,
y en el Espíritu Santo
te alabarán las monjitas
que aguardan en su convento
cada año tu visita,
acercándote más tarde
al lugar donde Sevilla
presiente la santidad
que en el aire se respira,
esa casa que es la estancia
de la pulcritud dormida
de una mujer abnegada
cuya alma sigue viva
en la fe de una ciudad
que reza a Madre Angelita
mientras salen a cantarte
a coro sus Hermanitas,
y al admirar tu ternura
entre la candelería
que ilumina tu belleza,
verán bien que no es mentira
la dulzura que repartes
con tu gracia carmelita.

Bajo palio vas pasando
con la emoción encendida
de ese color sonrojado
que se aprecia en tus mejillas
cuando llegas a San Pedro
muy despacito y sin prisas,
y manteniendo el estilo
de tu perfecta armonía
por Almirante Apodaca
buscas Santa Catalina,
anhelando que te arranquen
esa profunda espinita
de ver cerrada tu iglesia
por la doliente injusticia
de unas obras que no acaban
con el paso de los días,
mas no te preocupes, Carmen,
puedes quedarte tranquila,
porque tienes unos hijos
que este empeño no descuidan,
y pronto estarás en casa
viendo esta ilusión cumplida.

La noche se va alargando,
y la luna está allá arriba
vistiendo manto estrellado
para darte compañía
al transitar por Gerona,
y empujada por la brisa
alcanzas Bustos Tavera,
esa calle que cobija
la más certera Piedad
que jamás será vencida
por la angustia o el dolor
o la gris melancolía.

Al pasar por los Terceros
ya vendrás de recogida,
pero por la calle Sol
tienes también otra cita
con la que habrás de cumplir,
pues te aguarda una mocita
que es la luz de un Subterráneo
por el que el alma transita
para hallar todo el consuelo
que al corazón siempre guía
de la manera más clara,
más segura y más sencilla.

Navegando con tu palio,
paso a paso a la deriva,
arribas a San Román
en tu celestial barquilla
labrada en humilde plata
de forma artesana y digna,
así pues, Virgen del Carmen,
cuando ya tu cofradía
va llegando a su final,
brotará cual letanía
esa salve marinera
que cantamos a porfía
cuando acudimos a Ti
a rezarte de rodillas,
porque al mirarte, Señora,
te pedimos que bendigas
a toda Sevilla entera
para que siempre reciba
el amor que Tú repartes
entre una y otra orilla.

 VIII. La declaración de mi sentimiento

Permitidme coger alguna flor de su paso, la primera misma que sobresalga con respecto a las demás de una jarra, y la tome para fracturar su tallo y liarlo cual pabilo en una caña para apagar con el sudor de sus pétalos la candelería del palio de la Santísima Virgen del Carmen.

En cuestión de segundos, el olor a cera quemada marca en nuestro olfato que el sueño habrá terminado, pero… por ahora… sólo por ahora… La historia habrá de repetirse, y sólo tendrá cabida en nuestras ansias la espera. Quisiéramos esquivarla, pensar que no está ahí, darle esquinazo… Pero el tiempo es de Dios, no del hombre, y sólo cabe la espera, no hay otra opción.

Sin embargo, en este preciso instante es realmente el pregón el que cabalga hacia la temida meta de su final, y al rendirse la palabra ante el sepulcral estruendo del silencio, todo lo manifestado en este atril se hace ofrenda para María, la mujer fuerte de la Biblia.

Disfrutad, hermanos del Carmen, de estas últimas horas, paladead todo cuanto aquí se ha dicho y hacedlo vuestro para gozar de aquello por lo que aunáis vuestros esfuerzos durante un año para materializarlo y entregárselo a Sevilla, porque queréis a la Virgen y a su ciudad, haciendo posible, a pesar de los aullidos que pretenden atemorizar nuestra fe y nuestro credo, que esta urbe siga siendo mariana con toda su nobleza, su lealtad, su heroicidad y su invencibilidad.

Ralentizo mi andar por la senda arenosa de una desértica playa, caminando por ella descalzo para sentir la espuma de las olas por debajo de mis rodillas, mientras mis ojos evitan el más mínimo parpadeo para hallar el amor de la vida en el infinito horizonte donde el agua se abraza con el aire, bailando al son del insospechado misterio del destino.

Aquí deposito, María del Carmen, la declaración de mi sentimiento…

Aquí te dejo, Madre, mi plegaria
esta noche de julio calurosa,
cantando a tu figura portentosa
por ser de Jesucristo luminaria.

Imploro a tu belleza milenaria
el gozo de tu gracia cadenciosa,
y al verte, como siempre, silenciosa,
te ofrezco mi alabanza literaria.

Aquí te entrego, Reina, el corazón
que sueña cual valiente marinero
con la luz que en tu cara se adivina,

agradeciendo lleno de emoción
la gloria de haber sido pregonero
en el Carmen de Santa Catalina.

He dicho.

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