XXIV Pregón de la Virgen de la Cabeza

Iglesia de San Juan de la Palma
Sábado 20 de febrero de 2010


Juan Manuel Labrador pronunciando el Pregón de la Virgen de la Cabeza (en el ángulo de la fotografía se halla justo
detrás de la reja) en la Iglesia de San Juan de la Palma, cuyo camarín preside habitualmente la Virgen de la Amargura.


I. La sevillana Virgen de la Cabeza

Cuando el Santo Rey Fernando III entró victorioso en la vieja Híspalis el día de la festividad de San Clemente de 1248, ya hacía veintiún años que en otro punto de Andalucía, igualmente reconquistado por el mismo monarca, había nacido la devoción a la Virgen María a través de una de las advocaciones más extendidas por todo el sur peninsular, así como por toda España.

Sevilla, sin que quepa la más mínima duda, se entregó desde el primer día a la sonrisa cálida y angelical de Aquella por la que reinan los Reyes, y que tras el discurrir de los siglos, sigue bendiciendo cada mañana del 15 de agosto, con el aroma majestuoso de sus fragantes nardos, a todo el pueblo fiel y devoto que se postra a sus plantas. A partir de entonces, la Madre de Dios se haría presente en la ciudad ante todos sus moradores, porque Ella habitaría en cada templo, en cada altar, en cada casa, en cada esquina, en cada azulejo, en cada collación… Y sus mil nombres inundarían el corazón de los sevillanos: Batallas, Olmos, Sede, Antigua, Hiniesta, Reposo, Aguas, Victoria, Esperanza, Rosario, Alegría, Rocío… Y así hasta que en 1703 tiene lugar en el Convento de los Capuchinos, y ante los ojos de Fray Isidoro de Sevilla, la aparición de Nuestra Señora como Divina Pastora de las Almas, al ser quien concibió en su seno al Cordero de Dios.

Nuestra ciudad ha defendido a ultranza a la Reina de los Cielos y de la Tierra mediante los Dogmas con los que la Iglesia proclama su auténtica creencia en la Inmaculada Concepción, en su Gloriosa Asunción a las bóvedas celestes sin que su cuerpo conociese la corrupción y su Realeza incuestionable sobre todo lo creado por Dios, y todo ello hasta derramar la última gota de sangre si preciso fuera.

Así tuvo que sentirse Juan Alonso de Rivas, el humilde pastor que en la madrugada del 12 de agosto de 1227 halló escondida entre los riscos de Sierra Morena a la imagen de la Virgen que había sido depositada –probablemente en el siglo VII, en plena invasión árabe, por San Eufrasio, discípulo del Apóstol Santiago y primer Obispo de Andújar– en el Cerro del Cabezo, lugar donde se alzó un Santuario para venerarla, y que traspasadas las fronteras de casi ocho centurias, continúa siendo centro de peregrinación para muchos cristianos.

Veintiún años de diferencia, como ya decíamos anteriormente, median entre el acogimiento a la mirada maternal de la Virgen en tierras jiennenses por un lado, y en territorio hispalense por otro, pero en Sevilla no podía faltar la devoción a Santa María de la Cabeza, de la que se tiene constancia desde 1561 cuando tiene lugar la fundación, en el desaparecido Convento Casa Grande del Carmen, de la Hermandad de Nuestra Señora de la Cabeza, rindiendo culto a una portentosa talla de Roque Balduque, y que posteriormente fue germen para la constitución de la actual cofradía penitencial de las Siete Palabras. Ya en el siglo XX, en 1931, será otro convento sevillano, el de San Buenaventura, el que sea testigo de la creación de esta Hermandad letífica, filial entre las que acude a la romería del último domingo de abril, corporación que cada mes de octubre demuestra a toda Sevilla el loable esfuerzo y la entrega desmedida de los cofrades de Gloria de nuestra ciudad.

Desde su niñez, quien hoy es vuestro pregonero, ha acudido hasta San Juan de la Palma para cantar también su alabanza a la Virgen de la Cabeza; a entonar el himno de “Morenita y Pequeñita”; a descubrir su grandeza cuando le rezan las monjitas del Pozo Santo, las Hermanas de la Cruz o las Comendadoras del Espíritu Santo; a quedarse sobrecogido ante el hondeo de las grandes banderas que preceden a su paso; y a contemplar, cada vez que lo ha necesitado, el retablito cerámico ubicado justo a la espalda de su capilla, rezándole siempre un Ave María.

Madre de Dios Soberana,
desde niño te conozco,
por eso hoy reconozco
mi devoción sevillana
con la oración que desgrana
el más hondo sentimiento,
pues Tú eres el sustento
de mi fe como cristiano,
por eso busco en tu mano
ese amor que es mi alimento.

En Ti confío, María,
a tu nombre me encomiendo,
porque a tu lado comprendo
el valor de esa alegría
que desprendes cada día
a través de tu pureza,
y cuando mi alma reza
la plegaria más sentida,
te ofrezco toda mi vida,
¡Señora de la Cabeza!

II. Coronarte cada día

Sr. Hermano Mayor y Junta de Gobierno
de la Real Cofradía Sevillana de Nuestra Señora de la Cabeza,
Sr. Vicepresidente de la Junta Superior
del Consejo General de Hermandades y Cofradías,
Representaciones de las Hermandades presentes,
Sr. Pregonero de las Glorias,
Sr. Pregonero Universitario,
Señoras y Señores.

Gratamente sorprendido se quedó el pregonero al conocer la noticia de su designación, producida precisamente el mismo día en el que se cumplía medio siglo de la firma de la bula mediante la cual el Papa Juan XXIII concedía a la Virgen de la Cabeza el patronazgo sobre la Diócesis de Jaén. Sorprendido se quedó el pregonero, repito, porque para nada esperaba ser nombrado para tan alto menester.

Por ello, como de bien nacido es el ser agradecido, quisiera, primeramente, mostrar la más profunda congratulación a Juan Herrera, Hermano Mayor, y a toda su Junta de Gobierno, por confiar este pregón a este joven cofrade que vive y siente a las Hermandades de Gloria de Sevilla como el más preciado tesoro heredado de nuestros mayores, y muy especialmente cuando se acerca a las rejas de aquella capilla en la que se halla la Divina Pastora de Triana para cuidar con la mirada de su redil desde la Parroquia de la Señora Santa Ana, esa misma gloria que igualmente acaricia con el corazón cuando escucha la particular salve que dedicase a la Reina de Santa María la Blanca, la Santísima Virgen de las Nieves. Y muchas gracias también, cómo no, a su presentador, Paco Reguera, genial capataz donde los haya, porque con su voz ha dirigido la mejor “chicotá” que puede preceder a este pregonero, haciendo con él como con sus costaleros: sacar lo mejor que pueda de su personalidad, aunque los méritos de quien les habla son escasos e insignificantes, pero su desmesurado amor a María Santísima puede ser, quizás, el aval que le permita esta noche posicionarse tras este atril.

Y después de estas muestras de sincera gratitud, hay que iniciar definitivamente la senda por la que han de caminar esta noche los sentimientos, porque aunque esta Hermandad tenga un censo de hermanos pequeño, imposible resulta dudar lo grande que es la devoción a Nuestra Señora de la Cabeza, cuya imagen de Andújar es, por un lado, la tercera coronada canónicamente en Andalucía, acontecimiento que tuvo lugar en 1909 tras las coronaciones de la Virgen de los Reyes y de María Auxiliadora en Málaga, y por otro, la única que tuvo una “recoronación”, hecho acaecido en 1960, pues tras la misteriosa desaparición de la efigie original en las revueltas de la Guerra Civil, la Iglesia consideraba que había que volver a honrar a la Virgen como desagravio por los lamentables sucesos de 1936. Cien años se han cumplido de la primera de estas efemérides, medio siglo de la segunda, y a estos aniversarios se suman el centenario de la proclamación de la Virgen como patrona de Andújar y el cincuentenario del mismo nombramiento ya referido sobre la Diócesis jiennense, glorioso año jubilar pontificio que culminará el próximo 25 de abril cuando salga la Señora en su romería repartiendo su bendición.

Curiosísimo es, sin embargo, el hecho de volver a coronar a una misma devoción, pues aunque la imagen primitiva desapareciera, la nueva talla de José Navas Parejo ejecutada en 1944 se entiende que es continuadora de la misma veneración que se le rendía a la anterior. ¿Pero qué más da coronar dos veces con rica presea a la Virgen, si nosotros la coronamos todos los días con nuestro amor? Y después nos quejamos en Sevilla de que hay muchas coronaciones, cuando los propios sevillanos “recoronamos” a nuestra bendita Madre cada vez que la sacamos a la calle en cualquiera de sus procesiones semanasanteras, gloriosas o eucarísticas, o cuando nos reunimos en torno a Ella en cualquiera de los cultos con los que se le rinde tributo, y también la volvemos a coronar en sus besamanos, en sus salidas extraordinarias, en sus rosarios de la aurora o vespertinos, o en cualquier momento en el que sencillamente la estemos contemplando para rezarle con la mirada.

Yo quisiera coronarte
todos los días del año
al desbordarse mi amor
cuando me quedo a tu lado,
porque solamente así
me siento reconfortado
al contemplar esa gracia
que mantiene cautivado
a este aprendiz de poeta
que se sabe mariano
ante la grata ternura
de tu rostro inmaculado.

Yo quisiera coronarte
todos los días del año,
pues por eso el corazón
afirma quererte tanto,
porque no puede cansarse
de hacerte este regalo
que sin duda te mereces
por parte de los cristianos,
ya que el amor es corona
labrada por unas manos
que conocen los cariños
más auténticos y claros.

Yo quisiera coronarte
todos los días del año,
proclamando de esta forma
que Tú eres el Sagrario
primigenio de este mundo,
porque en tu vientre tan casto
habitó por nueve meses
ese fruto cultivado
por la fuerza de un espíritu
glorioso y santificado
que descubrió que tu cuerpo
estaba purificado.

Yo quisiera coronarte
todos los días del año
como Reina de bondad
sobre todo lo creado,
Señora de este universo
donde siempre el Pueblo Santo
de Jesús, Nuestro Señor,
combate contra el pecado
de esas espinas punzantes
que al final se transformaron
en esas rosas fragantes
que a tu Cabeza llegaron.

Yo quisiera coronarte
todos los días del año,
y poder de esta manera
sentirme iliturgitano,
que entre Sevilla y Andújar
quiero estar enamorado
de tu carita morena
sin importar tu tamaño,
que aunque seas pequeñita
eres grande en el amparo
que repartes a los hijos
que sueñan bajo tu manto.

Yo quisiera coronarte
todos los días del año,
con rotundidad lo digo,
en voz alta lo proclamo,
porque, Madre, aquí confieso
lo mucho que yo te amo,
Virgen Sagrada María
que en el pueblo sevillano
siempre serás la Cabeza
para esa fe que buscamos
cuando en San Juan de la Palma
a tus plantas nos postramos.

III. Tu campana nos convoca

Surcando los mares de la existencia, mi alma navega entre las olas que la conducen sosegadamente hasta el puerto de esos ojos   –los tuyos– en los que resplandece la veneración imperecedera hacia tu dulzura maternal, Virgen chiquita de la Cabeza. Te contemplo, y a la mente se me viene la estampa de aquel paso tan sencillo y modesto en el que procesionabas la primera vez que te vi, con respiraderos de malla y escasa orfebrería, pero sintiéndose la inquebrantable fuerza de las Glorias, la que nunca se agota y la que ha dado el aliento necesario a tu Hermandad para seguir engrandeciendo en la urbe hispalense tu andaluza devoción.

En torno a Ti jamás han faltado solícitos cofrades que sabían que en esta tierra sevillana que se confiesa Mariana hasta en su escudo, tu presencia no podía faltar, como tampoco podía ausentarse el nombre de Sevilla de la que se sabe con certeza, al haber constancia de ello, que es la romería más antigua de nuestro país, y cuales peregrinos acudimos ante tu imagen para rogarte que siempre seas la luz que brilla en el horizonte de nuestros días.

Tú eres, Señora, el mástil en el que hondea la bandera de nuestra fe y el camino que marca el rumbo que nos conduce a la celestial meta en la que te encontraremos para recibir todo el calor de tu cariño sin límites.

Cuando nuestros dedos se resbalan por las cuentas del rosario, tras rezar y meditar ante los cinco misterios correspondientes a la jornada, el cristiano proclama el mejor pregón que se te puede recitar, como son las letanías, y entre ellas hay una que me hace pensar en uno de los símbolos que te identifican como Madre de Aquél que es Cabeza de nuestro credo. Al escuchar la plegaria en la que se te define como “Torre de Marfil”, haciéndose referencia a tu belleza femenina según lo proclama el Cantar de los Cantares, mi memoria recuerda la campanita que pende de la ráfaga que rodea tu perfil como ascua tremenda de fuego plateado, y se imagina el repique incesante de aquélla, rompiendo el silencio habitante en la atmósfera que nos envuelve con sus fuertes brazos para poder descubrir la grandeza de tu sonrisa.

En los templos, el badajo golpea el metal para que la resonancia que produce su impacto nos cite a todos para compartir el pan que se reparte en el banquete divino de la Eucaristía, pero en otras ocasiones, su sonora cadencia nos invita a contemplarte sabiendo que Tú fuiste la elegida por Dios para que tu vientre fuese la cuna primera que meciese la misericordia infinita de Cristo.

Bajan los ángeles del cielo para ejercer de campaneros de tu gracia, y de ese modo citarán a todas aquellas personas que hallan en ti las respuestas a sus preguntas, la calma ante sus miedos, la fuerza ante la debilidad, la ilusión ante la desesperanza y, sobre todo, la gloria que repartes a manos llenas para colmar la felicidad que se siente al tenerte tan cerca de nosotros.

Cuando nace un nuevo día
al despuntar la mañana,
una afable angelería
hará sonar tu campana
con repiques de alegría.

Engarzada al resplandor
que circunda tu figura,
su sonido evocador
va anunciado esa dulzura
que desprende tu calor.

Eres alto campanario
que en mil volteos convoca
a ese amor extraordinario
que constantemente invoca
al Señor en el sagrario.

Quiero ser el campanero
que tirase de esa cuerda
que, con cariño y esmero,
a todo el pueblo recuerda
el sentir más verdadero.

Quiero ser ese devoto
que proclame ante la gente
la verdad más transparente
de un corazón nunca roto
por el frío o el relente.

Qué gozo de tintineo
esa voz de tu campana
de gracia iliturgitana,
qué glorioso jubileo
en la urbe sevillana.

Reina de Sierra Morena
que llegaste hasta Sevilla
con el repique que suena
mientras el alma se llena
con la luz que de Ti brilla.

¡Ay!, Virgen de la Cabeza,
sé Tú siempre la espadaña
que pregone la grandeza,
en estas tierras de España,
de la fe de quien te reza.

IV. Diálogo entre el dolor y la gloria

En multitud de ocasiones se afirma que el sevillano se caracteriza porque sabe adaptar su ánimo y su entusiasmo según el momento en el que se encuentre o en el que se quiera hallar. En la Semana Santa, el alma cruza desde la acera de las emociones y el júbilo desbordado de muchas de nuestras cofradías a la que está al otro lado de la calle, donde se contempla el silencio y la sobriedad que marca con su sello personal e intransferible a otras corporaciones. Sevilla pasa, incluso, de la luz, la cera y las saetas de sus días penitenciales al canto, los faralaes y los trajes de luces que reverberan su claridad en soleadas tardes sobre el albero de la Maestranza. Y perfectamente sabe honrar la memoria de sus difuntos en el mes de noviembre para luego desbordar de luminosidad la metrópoli en diciembre desde la noche mágica de las tunas a los pies de la Inmaculada hasta la Epifanía, justo cuando suben las primeras nubes de incienso ante Jesús del Gran Poder durante la celebración de su Función Principal de Instituto.

Por lo que se acaba de ejemplificar, pareciera ser que es el calendario quien marca solamente estas situaciones, pero, como manifestábamos antes, cada uno también puede elegir el instante en el que hasta sienta una dualidad de sensaciones, tal y como le ocurre a este pregonero cuando en el arrabal que fuera guarda y collación de esta ciudad eterna mira fijamente a los ojos de su Divina Pastora, sabiendo que ve en ellos también los de esa Reina, Madre y Capitana que es la Esperanza de Triana, porque es precisamente en esos manantiales virginales donde su ser se purifica, navegando en ellos el norte que guía su vida entera.

Muchos son los cofrades que mezclan en su devoción el más hondo fervor hacia la Santísima Virgen como mujer sumida en los dolores que le causan esos siete puñales que le atravesaron el corazón, o como niña preciosa que porta en sus brazos a ese tierno Infante que jamás deja de bendecir con su diestra a los cristianos.

La calle Feria es, pues, una verdadera muestra de todo lo expuesto. En Omnium Sanctorum, la Reina de Todos los Santos será, además de Madre del Amor Universal, Medianera de toda la Gracia y el Amparo que se derrama a borbotones ante el escapulario del Carmen; y en las inmediaciones de la muralla, la Esperanza no será simplemente lágrima que brota por la pasión encendida del sentimiento más certero, sino que también será serenidad ante los misterios del Santo Rosario.

Y completando el triunvirato, esta Iglesia de San Juan de la Palma. Simplemente, bajando desde la Encarnación por Regina –marianismo rotundo hasta en la nomenclatura del callejero hispalense–, se llega a la plaza donde en la misma pared del templo aparece retratada hasta tres veces la Virgen, mostrándose como Madre apesadumbrada en la calle de la Amargura, como Reina moguereña de Montemayor y como Emperatriz sublime del Cerro del Cabezo.

Cae la tarde de un sábado cualquiera, mientras prenden los pabilos que habrán de encender las hachetas que integrarán el íntimo y breve cortejo de hermanos que, a los pies del presbiterio, cantan la salve solemne a la vulnerada corredentora que se ahoga en el sufrimiento más amargo del mundo.

La voz del viejo sacristán desveló una vez el secreto de por qué a pesar del profundo dolor de la Virgen de la Amargura, sus manos transmiten tanto sosiego, su mirada tanta quietud, y su rostro tanta hermosura. Todo aconteció a puerta cerrada, cuando el blanco fulgor de la luna besa las vidrieras en la oscuridad, y la llama ubicada a los pies de Jesús en su Silencio es la única que permanece despierta para velar al Santísimo Sacramento.    

Cuando en San Juan de la Palma
cubre la noche al Sagrario,
hay quien dice que a diario
queda estremecida el alma.

El buen discípulo amado
custodiará el camarín
al descender al jardín
la flor de amor marchitado.

Baja también de su altar
esa rosa pequeñita
que con bondad infinita
al llanto va a consolar.

Frente a frente están las dos
–el dolor ante la gloria–
proclamando la memoria
que son la Madre de Dios.

Todo el recinto es testigo
del diálogo sagrado
que en el templo ha entablado
la misma Reina consigo.

-No maltrates tu dulzura
con lágrimas y con pena,
que no conozco azucena
que se quiebre en la Amargura.

-Pues dame Tú, Morenita,
la alegría de tu paz,
porque Yo no soy capaz
de alcanzar tu luz bendita.

-Ve dejando de llorar,
que cese tu sufrimiento,
que a partir de este momento
tu angustia va a terminar.

-Quiero confiar en Ti,
aunque el amor me declara
que el pueblo me llama Mara
y nunca jamás Noemí.

-No cuestiones tu belleza,
Señora de la Amargura,
que Tú eres toda pura
de los pies a la Cabeza.

-Me estoy sintiendo halagada
con todo lo que me dices,
pues resaltas los matices
de mi fuente inmaculada.

-Sólo digo la verdad,
así que suelta el pañuelo
y resalte bajo el cielo
tu rostro de majestad.

-Que mi corazón se abra
con el roce de tu brisa
y me inunde tu sonrisa
al cumplirse tu palabra.

Dicen que hablaron bastante
la Amargura y la Cabeza,
brotando al fin la tibieza
en el lloroso semblante

de esa Virgen nazarena
que atrás dejó su dolor
al descubrir el candor
de la gloria que la llena.

V. Peregrinando a tus plantas

Todos los años, cuando el mes de abril se aproxima parsimoniosamente a su culmen, recién nacida la pascua que trae hasta nosotros una nueva vida con aromas de primavera que nunca fenece, allá por Sierra Morena brota una anhelante expectación ante los grandes días que se avecinan. Andújar se abrirá de capa para recibir con un fraternal abrazo a tantos y tantos peregrinos que llegarán con la ferviente esperanza de dedicar una humilde oración a la Santísima Virgen de la Cabeza.

Durante la semana que precede a ese último domingo abrileño, la romería se presiente en todas las casas del pueblo, en todas sus calles y en todos sus rincones. Se engalanan las fachadas colgándose mantones en los balcones y colocando en ellos abundantes macetas floridas con las que se respira el olor de Andalucía –¡ay, Dios mío, qué orgullo ser de esta tierra!–, mientras los abanderados hondean en el aire por el que fluye la música sus banderas yendo de parroquia en parroquia.

Y llegará la tarde del jueves anterior a la apoteosis, y toda Andújar se hace campo, prado, bosque ante la ofrenda floral en honor de la Reina celestial, enronqueciéndose las gargantas con los más sonoros vivas que proclaman la más auténtica gloria iliturgitana, sintiendo entonces los habitantes del municipio que el cielo ha bajado hasta la tierra, sobre todo cuando lleguen el viernes las cofradías filiales, que serán recibidas y agasajadas por la Hermandad Matriz para luego trasladarse hasta el Ayuntamiento… Y allí estará Sevilla, pregonando su NO8DO fernandino ante aquellos vecinos que saben que el Santo Rey de Castilla fue el mismo que cristianizó ambas localidades. Un año más, la romería ha comenzado.

¡Despertad temprano, peregrinos, que amanece el sábado y hay que iniciar el camino! Los cohetes anuncian la fiesta, y toda la comitiva se dirige hacia la pequeña Ermita de San Ginés, donde se efectúa la primera parada para descansar, a la vez que los labios van musitando impacientemente la plegaria de la Señora: “Morenita y pequeñita, / lo mismo que una aceituna, / una aceituna bendita, / Morena de luz de luna, / Meta de jiennense anhelo”. Pero el alma quiere ver a la Madre de Dios, y prosigue su andar por la carretera de la Virgen para desembocar a la dehesa del Lugar Nuevo y refrescarse con las aguas del río Jándula, y otra vez, el corazón estalla ante el gozo contenido por verla a Ella: “bronce de carne divina, / escultura en barro santo, / un chocolatín del cielo / envuelto por la platina / del orillo de su manto”. Hay que continuar avanzando por el sendero de los sueños, es duro y angosto el trayecto pero gratificante el esfuerzo de recorrerlo con tal de arribar a las plantas de la Virgen de la Cabeza, y por el camino del Membrillejo se hace el tramo que conduce por fin al Santuario, donde todas las Hermandades rinden pleitesía a la que les da el sentido de su fe, mientras la sangre que bombea el sentimiento en mil latidos susurra: “Es la Ermita / reja que su marco aroma / entre jaras de la sierra / una cita, / colgada entre cielo y tierra”.

Momentos íntimos para la oración ante la que infunde clemencia a los cristianos, instantes de reflexión, llanto contenido para dar gracias por volver a estar ante su presencia un año más. Piedad pide el peregrino ante Ella para que le absuelva de esa mancha que ensucia su espíritu como es el pecado, noche de insomnio por parte de aquellos que no quieren dejar de acompañarla hasta que alboree la aurora por los confines del cielo. Tiemblan las ocho columnas salomónicas que sustentan el templete de las andas en las que será ubicada la Virgen por la mañana una vez finalice el santo sacrificio de la misa, a la par que las tres campanas de la espadaña se hallan inquietas ante el gozo que ya se acerca y que ellas anunciarán con la alegría de esa resonancia aún enmudecida hasta que el reloj indique la hora del Ángelus.

Baña el sol con su luz ese cerro rebosante de fieles que acuden a su encuentro con la Virgen de la Cabeza. Pasan los segundos como si de minutos se tratasen, la Palabra de Dios desborda con su Sabiduría al pueblo allí congregado, el Cuerpo de Cristo sana las flaquezas que surcan el fango en el que muchas veces se hunde el hombre, y por fin, las doce del mediodía, la Señora traspasa el umbral del templo, y la emoción se hace flor que nace del suelo que Ella pisa.

Cuando sales de tu Ermita
esa mañana pascual,
tu consuelo maternal
a todos tus hijos cita
para mirar tu carita
y rezarte con entrega,
porque el amor no se ciega
al demostrar con ternura
la inextinguible dulzura
que sobre tu ser navega.

Vas bendiciendo la tierra
del lugar donde Tú habitas
con las paces infinitas
que dieron fin a la guerra
en la zona de tu sierra,
y por eso a Ti, Señora,
el pueblo entero te implora
en tu antigua romería
que llenes a Andalucía
con tu gracia salvadora.

Escucha nuestro cantar
en forma de pasodoble,
pues es la letra más noble
que Andújar puede entonar
y Sevilla interpretar,
por eso, Madre, te ruego
que nunca se apague el fuego
que arde en el corazón
al sentir la compasión
que da al alma su sosiego.

Quédate con la plegaria
que te ofrezco con firmeza,
mi Virgen de la Cabeza,
pues tu gloria legendaria
y tu historia centenaria
me guiaron el camino
de tu cariño divino,
confesando en este día
que a tus plantas, Madre mía,
yo quiero ser peregrino.

VI. Canto de juventud

Como si fuera mes de mayo, hoy vengo con flores para Ti, Virgen María, porque Madre nuestra eres, y quiero que cada una de mis palabras, de mis pensamientos, de mis rimas y de mis sueños sean ramos que deposite este joven a los pies del altar en el que aguardas la oración y la súplica de tus hijos.

Al saber la noticia de que esta noche tendría la oportunidad de acompañarte para conmemorar el setentainueve aniversario fundacional de tu Real Cofradía Sevillana, este pregonero fue oportunamente informado de que se convertía en el de mayor lozanía a la hora de cantar y exaltar tus grandezas, lo que provocó en su sentimiento que se viese con una responsabilidad mayor aún a la hora de emprender este honroso cometido.
        
Viene a tu presencia un joven cofrade que no sólo se ha formado en las Hermandades de Penitencia, puesto que derrochó también su niñez y su adolescencia en las de Gloria, por eso Madre mía acepté cumplir con este encargo que me llegaba de tu mano, porque en las corporaciones letíficas nos enseñan desde pequeños a quererlas a todas, a respetarlas, y sobre todo a defenderlas. Lo digo con honda satisfacción: soy cofrade de las Glorias de Sevilla, y mi amor entero te lo entrego esta noche a Ti, Virgencita morenita y pequeñita de la Cabeza.

¡Cuántos años a tu lado durante el discurrir de tu procesión! ¡Cuántas visitas a este templo, sabiendo que en él no sólo reside la Amargura, sino también Montemayor y tu Hermandad! ¡Cuánta alegría he sentido al ver pasar por la puerta ojival de esta iglesia a otras hermandades, y poder apreciar que éstas son recibidas siempre por tres estandartes!

Te conozco, Señora, y Tú me conoces a mí, por eso has querido, quizás, que este que habla sea a partir de este momento juglar que proclame en voz alta y resonante tu alabanza, porque sabes que este joven no es solamente pregonero en los atriles, sino que lo es en su vida diaria, reconociéndose cristiano sin importarle nunca el lugar en el que se encuentre, ni sentirse intimidado por hallarse ante sujetos que piensan que la fe es un ente abstracto que carece de valor y significado en esta sociedad materialista y consumista que quiere ser dominada por el egoísmo y las prisas.

Hace escasas fechas, me regalaste el privilegio de saber que he compartido años de estudios, facultad e inquietudes universitarias con un compañero que en las aulas demostraba no tener miedo, tal y como alentaba Juan Pablo II a la juventud, proclamando su amor a Dios y su entrega hacia los demás dentro y fuera de las aulas. En el futuro será un comprometido sacerdote, y no existe mayor complacencia en mi persona que verle feliz por querer hacer el bien y sentirse útil tanto entre aquellos que creen en la única Verdad que existe como entre quienes dudan de ella.  
        
Ayúdanos para ser fieles a tu Hijo, testigos de su Evangelio y samaritanos del amor que nos mandó como hermanos, sobre todo, para los más necesitados”, tal y como reza en la oración de tu año jubilar, y que los más zagales hacemos nuestra para honrar las Glorias de nuestra ciudad.

En San Juan de la Palma Tú resides
recibiendo el amor de tus devotos,
y desde viejos tiempos muy remotos
tus hijos siempre piden que los cuides.

Eres, Madre, modelo al que imitar,
ejemplo de aquel joven que te quiere
y que al sentir tu amparo nunca muere,
mirándote a los ojos al rezar.

Virgen de la Cabeza morenita,
por los cuatro costados andaluza,
tu antigua devoción la historia cruza
con esperanza noble e infinita.

Desbórdanos de paz con tu sonrisa,
aléjanos los odios más mundanos,
guíanos el camino con tus manos,
y ofrécenos el soplo de tu brisa.

Señora de la vida y la ternura,
dale a la juventud todo el consuelo
que inunda los confines de tu cielo,
borrando con tu luz la pena oscura.

Reina de la alegría primorosa,
orgullo de la fe en Sierra Morena,
flor del campo que huele a hierbabuena
y caudal de esa gracia tan dichosa.

Emperatriz del Sol que nos calienta,
Princesa de la Luna refulgente,
lucero en una noche de relente,
en tu figura el alma se sustenta.

Hoy mi voz ante Ti se te arrodilla
tomando con sus versos tu estandarte,
porque a tu altar llegó para cantarte
un joven de las Glorias de Sevilla.

VII. Cuando llega octubre a Sevilla

Los amarillentos resplandores del otoño recién estrenado acarician con sus dedos los perfiles de la vieja plaza. Octubre se paladea en las papilas del sentimiento mientras siguen desprendiéndose las hojas del calendario, marcándose así el pulso de la vida. El tenebroso chirriar de las puertas del recinto sagrado hace que se expulse desde el interior la frescura amable que revolotea bajo las bóvedas de la iglesia. De repente, el estruendo de un platillo rompe el conmovedor silencio que habitaba en el ambiente, y una música que mezcla en los pentagramas de su partitura la austeridad, el gozo, la elegancia y la sevillanía invade con sus sones el recogimiento propio del momento. Otra vez se produce un mudo diálogo entre el dolor y la gloria, porque todo lo dirán las miradas que se entrecruzan: una hacia abajo, como queriendo abstraerse de cuanto le rodea, y otra hacia lo alto, como anhelando vislumbrar el regocijo de una sonrisa escondida.

La ráfaga de la Virgen rozará el dintel del templo, y la Banda de la Cruz Roja la recibe con el himno propio de su dignidad y su autoridad, y mientras que a escasos metros, por San Martín, la Esperanza reparte con su belleza la medicinal bondad que la convierte en Enfermera Divina del espíritu, la Gloria que hermana a Sevilla con Andújar se aproxima a la angosta y desconchada calle Amparo, y ante la fachada del antiguo Hospital de los Viejos se detiene para sentir el sevillanismo más auténtico que brota a raudales de la celestial prestancia de la primitiva Pastora de todo el orbe católico.

Al relucir su fulgor,
aquella Reina y Señora
que en Sevilla fue Pastora
se convirtió en tierna flor
cuyo aroma embriagador
siempre abrió con luz galana
de par en par su ventana,
y al contemplar su realeza,
la Virgen de la Cabeza
ya se sintió sevillana.

Y al sentirse sevillana, la Madre de Dios se adentrará en los estrechos vericuetos de las callejas de la feligresía para hacer, como cada año, un recorrido netamente conventual, gozando nuestro ser con la suave melodía de esas voces que cantan el “Ave María” con la íntegra serenidad de las almas más limpias.

La Virgen de la Cabeza
viene escuchando en silencio
la oración de las monjitas
que habitan en los conventos.

Cuando llega el mes de octubre,
va regalando sus besos
esta Señora divina,
y al corazón deja preso
con el calor de unas manos
que cuidan a todo el pueblo
de la tierra sevillana,
mientras escucha los rezos
de aquellas tiernas hermanas
que acarician nuestro cielo
en el viejo Pozo Santo
al recibir el consuelo
de esta Reina Soberana,
y el cariño más sincero
de aquellas monjas que velan
el inmaculado sueño
de la Madre del Señor
se posará en dulce vuelo
ante sus plantas benditas
desbordando el sentimiento.

La Virgen de la Cabeza
pasa escuchando en silencio
la oración de las monjitas
que habitan en los conventos.

Se acerca a la calle Dueñas
con paso firme y sereno,
y en el Espíritu Santo
Ella bendice de nuevo
a aquellas Comendadoras
que con entrega y esfuerzo
hospitalidad reparten
con el sentido más tierno,
y su dulzura la ofrecen
ante aquellos ojos negros
que a través de una mirada
hacen grande lo pequeño,
hacen fácil lo difícil,
hacen siempre verdadero
ese amor tan maternal
que está vivo, nunca muerto,
y a las puertas de esa casa
se repite ese momento
en el que aquellas hermanas
sienten la paz y el contento.

La Virgen de la Cabeza
sigue escuchando en silencio
la oración de las monjitas
que habitan en los conventos.

Va caminando despacio
por este pulcro sendero
esta hermosa Morenita
que otra vez vive el reencuentro
con la noble santidad
que se esconde en ese cuerpo
de aquella santa ejemplar
que a los pobres dejó llenos
de espiritual riqueza,
y que atendió a los enfermos
para curar sus heridas
con su más preclaro gesto,
que Sor Ángela sonríe
ante la Madre del Verbo
encarnado en la pureza
más digna del universo,
porque María fue siempre
ese cristalino espejo
donde poder descubrir
el modelo más perfecto.

La Virgen de la Cabeza
pasó escuchando en silencio
la oración de las monjitas
que habitan en los conventos.

En torno a tus andas procesionales, Santa María, nadie falta a tu cita, como desde el año pasado acude aquella muchacha que, por haberte tenido en su casa, sintió que te introdujiste de lleno en su corazón, y que con la mayor de las admiraciones y el respeto más grande quiso devolverte ante tus hijos con todo el luminoso esplendor con el que fuiste concebida como Madre del Verbo encarnado.

Tanto es el bien y la satisfacción que se te agradece que incluso un Hermano Mayor, a la entrada de la cofradía, y para despedirse del cargo, conmovido ante tanta devoción, te rezó su mejor jaculatoria al desprenderse de la vara dorada para colocarse su costal y abrazarse a esa trabajadera con la que hizo, asido de tu mano, la más memorable “chicotá” que pudisteis dedicar los dos a toda la Hermandad.

A partir de hoy, este pregonero que te canta con la florecida humildad que se escapa de sus labios sabe que jamás habrá de faltar a tu procesión. Nunca ha estado ausente de ella, pero desde este momento es consciente del compromiso que adquiere Contigo. 

Nunca he faltado a tu cita
ni nunca jamás lo haré,
porque en ella, Morenita,
sé que siempre encontraré
la fe que ante Ti se agita.

Mira bien, Reina y Señora,
la honradez de mi alabanza,
pues mi sentir atesora
esa dulce confianza
que a toda el alma afervora.

Esa luz de tu Cabeza
me confirma la pureza
habitante en tu interior,
mostrando delicadeza
al renacer nuestro amor.

Nunca faltaré a tu encuentro
con la gente a la que quieres,
la que te lleva tan dentro,
porque siente que Tú eres
de toda su vida el centro.

Toma, Madre, las verdades
de este corazón sincero
que corre aprisa y ligero
para que siempre te apiades
de este pobre pregonero.

VIII. Plegaria de despedida

Cae la noche como un yunque de plomo sobre el alma de la ciudad, mientras don Carnal le cede su sitio a doña Cuaresma aunque el Arcipreste de Hita nos narrase el combate disputado entre los dos en su Libro de buen amor de otra manera. El frío trae consigo los repelucos propios de febrero, mes en cuyo octavo día la Real Cofradía Sevillana de Nuestra Señora de la Cabeza cumplía setentainueve años de existencia, por eso hoy Ella nos ha convocado aquí, con la ceniza aún latente mediante la señal de la Cruz en nuestra frente desde hace tres atardeceres. Llega un tiempo de reflexión y de meditación, y la Pasión de Cristo comienza a presentirse en la nerviosera de este pueblo enfervorizado. Sin embargo, los cofrades de las Glorias gozamos también este tiempo sabiendo que con la Aurora de la Resurrección resplandecerá siempre la Esperanza que colma al espíritu de alegría primaveral.

Se apaga la voz que proclama este canto a la Madre de Dios, cual codal que yace en el guardabrisa al consumarse definitivamente esa cera que se ha rendido ante la mirada de la Señora. Cuando queramos darnos cuenta, despertaremos de este letargo invernal, y ese simpecado que grita el nombre de Sevilla rendirá sus honores ante la Reina en Andújar, o habrán de pellizcarnos en la piel aterciopelada que envuelve al corazón para ver que es verdad que otro octubre más, la Virgen recorre la vieja calle Anchalaferia para reconocerse sevillana a sí misma.

Virgen morena de la Cabeza, pequeñita para caber sobradamente en el relicario de nuestro pecho, aunque éste se convierte en esbelto y magnífico altar para honrarte y venerarte con la grandeza que atesoras en tu interior, y ahí descubro, Madre, toda la Salud que nos aportas para disfrutar de toda la pureza de la vida, identificada con la blancura de las Nieves que cubren las sierras andaluzas, por eso no te desprendas jamás de ese báculo con el que guías como Divina Pastora a todos los devotos que siguen tus huellas desde que te encontrase precisamente un pastor mientras apacentaba a sus ovejas, pero sobre todo, Santa María, no nos abandones nunca en este caótico laberinto de nuestra sociedad, porque Tú, y solamente Tú, eres la Esperanza que no podemos perder.

Cómo se llena el pregonero con esta palabra, dentro de la cual está la paz, porque según diría el poeta Antonio Murciano, “tres letras son y están en la esperanza”, porque aquélla nunca camina por la senda del bien y la concordia si no es a la vera de la Esperanza, la misma que invade amorosamente mi ser entre Triana y la Trinidad.

Paradojas de la vida, el destino me ha traído hasta tu divina presencia porque soy trinitario, tal y como lo es la orden que cuida y mantiene tu Santuario en Sierra Morena, aunque quizás mis abuelos hayan influido también desde el habitáculo celeste en el que se hallan desde hace años, porque ambos escuchan este pregón desde su nebuloso palco con orgullo porque ven que su nieto no se olvida de que ellos sirvieron a nuestra Patria integrando las filas de la Guardia Civil.

Es la hora oportuna para que arríen los zancos de mi oración tras el último golpe de llamador, por eso, Virgen de la Cabeza, el río de mis versos desemboca en el océano inmenso de tu devoción indiscutible e incuestionable, y mi sentir trinitario lo deposito en tu peana, sabiendo que será junto a tus prendas donde algún día tendré mi morada, pudiendo dormir en la cuna de tus brazos con toda apacibilidad, al poder permanecer tranquilo porque Tú me acogerás en el refugio de tu regazo sin que tenga nada que temer en absoluto.

Déjame que yo te ofrezca
mi corazón trinitario,
y se quede para siempre
bajo el calor de tu manto,
porque sé que de esta forma
permanecerá soñando
con la devoción bendita
de un fervor inusitado
que con amor se refleja
bajo un cielo sevillano
que al gozar de tu dulzura
se siente iliturgitano.

Permíteme que te entregue
mi corazón trinitario
cuando en San Juan de la Palma
te encuentras en besamano,
y disfrutar de esa fe
que día a día vas dando
a la gente que te quiere,
quedando así reflejado
el más profundo sentir
de este pueblo soberano
que descubre en Ti un cariño
que al mundo deja mimado.

Acepta que yo te muestre
mi corazón trinitario
como gesto de humildad
de los versos de mi canto,
pues mi sentimiento anhela
poder quedarse prendado
al hallar todo el consuelo
que alivia penas y llantos,
porque Tú serás sin duda
el gratificante bálsamo
que sane siempre mi espíritu
malherido y lacerado.

Recibe sin escisiones
mi corazón trinitario,
acúnalo plácidamente
en la gloria de tus brazos,
Señora de la Cabeza,
quedando ante Ti prendado
con la serena bondad
que descansa en esos labios
donde habita la Esperanza
que me deja enamorado
al respirar los perfumes
desprendidos por tu encanto.

Aquí deposito, al fin,
mi corazón trinitario,
protégelo para siempre,
te lo dejo confiado,
pues no habrá un lugar mejor
que el de quedarse a tu lado,
Morenita y Pequeñita,
y mis palabras acabo
confesando en tu presencia
que mi vida la has marcado
con este pregón bendito
que ante Ti he proclamado.

He dicho.

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